En numerosas ocasiones somos espectadores de la defensa que se hace de las vías ciclistas segregadas (acera-bici y carril-bici) como herramienta para reducir el uso del coche en la ciudad argumentando que a través de ellas se consigue un mayor uso de la bicicleta. Habitualmente podemos comprobar como en los medios de comunicación, u otros lugares de expresión, aparecen declaraciones de los defensores de estas infraestructuras, así como administraciones responsables de su construcción, que relacionan directamente la existencia de carriles bici con la reducción de la contaminación y del uso del coche.