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La devaluación del dólar y la clase trabajadora

por Barry Grey, do wsws.org

Indicios cada vez mayores señalan que un cambio fundamental ha ocurrido en el alineamiento de divisas. Desde marzo, el dólar estadounidense ha declinado constantemente hasta depreciarse en un 13% según el comercio exterior. La semana pasada, la caída aceleró tanto que empujó los precios del oro a niveles que batieron el récord.

La caída también causó que cierta cantidad de bancos centrales de Asia intervinieran en el mercado de divisas para amortiguar la devaluación del dólar.

En vez de advertir acerca de las consecuencias de la erosión del valor de la moneda principal sobre la cual se basa el comercio mundial y que también funciona como moneda de reservas, prominenctes publicaciones del mundo de las finanzas, así como también comentaristas sobre asuntos económicos, ahora son de la opinión que la caída del dólar debería ser bienvenida y que a largo plazo se debería dejar devaluar aún más.

El sábado, el Financial Times de Londres publicó un editorial titulado, “Un Estados Unidos fuerte necesita un dólar debilitado”. El periódico escribe que “aunque la disminución del valor es bastante grande, a ésta no se le debería ni temer ni obstruir...En realidad sería provechoso si el dólar se debilitara aún más...El efecto de un dólar más barato terminaría en ayudar a los exportadores estadounidenses a la vez que hace las importaciones más caras”.

El artículo sigue: “Esto es lo que Estados Unidos y el mundo necesitan. A mediano plazo, tal como lo dijera el Sr. Summers [principal asesor de la economía bajo Obama, Lawrence Summers] a principios de año, ‘La reconstrucción de la economía estadounidense tiene que orientarse más hacia las exportaciones y menos al consumo’. En pocas palabras, Estados Unidos debe comenzar a vivir dentro de sus propios medios económicos, y el resto del mundo tiene que parar de depender de sus [de Estados Unidos] hábitos derrochadores”.

El ejemplar del Financial Times del lunes lleva un artículo escrito por Wolfgang Münchau, columnista sobre la economía, bajo el titular, “La causa por un dólar más débil”, en el que aboga por reestablecer equilibrio en la economía mundial por medio del cual el déficit de la balanza de pagos se reduciría marcadamente, el superávit de Asia también disminuiría, y el déficit de la Eurozona, compuesta por 16 países, aumentaría “un tanto más”.

“A largo plazo”, escribe Münchau, “semejante mundo precisaría una reforma significativa del sistema monetario internacional. A corto plazo, la caída de las divisas valoradas en dólares nos ayudaría llegar allí”.

El Sr, Münchau sugiere que las promesas de mantener al “dólar fuerte” por parte de funcionarios estadounidenses son poco honradas, pues Estados Unidos ahora alienta una caída del dólar aún más marcada como parte de la estrategia de recuperación económica basada principalmente en las exportaciones.

Munchau continúa: la reforma a largo plazo necesaria del sistema monetario internacional se basaría hasta cierto punto en la reducción permanente del papel global del dólar. Predice que el mundo se está moviendo hacia “un sistema dual en que tanto el dólar como el euro actuarían de facto como las monedas de reserva.

Estos comentarios y otros similares evaden los inmensos riesgos que inevitablemente acompañarían a la devaluación del dólar y la debilitación de su posición como divisa de reserva. Semejante proyecto contiene la semilla del colapso del mercado mundial. Es extremadamente dudoso que este cambio sucedería de manera ordenada sin empujar a Europa y a Asia a la competencia con sus propias devaluaciones; sin la formación de bloques monetarios y comerciales; sin la explosión de una guerra comercial; y, por último, sin el conflicto militar entre las potencias principales.

Entre los comentarios más superficiales a favor de un dólar más débil se encuentra el de Paul Krugman, economista estadounidense y columnista del New York Times. En una columna publicada el lunes, el Sr. Krugman acusa de cascarrabias a toda persona que le inquieten las insinuaciones a largo plazo de la caída del dólar.

Sin considerar las insinuaciones internacionales de la caída continua del dólar, o las consecuencias para las relaciones sociales en Estados Unidos que ello trae, Krugman dice del “escándalo” acerca del dólar en descenso: “La verdad es que el dólar que cae es una buena noticia”.

Un dólar devaluado es “bueno para los exportadores estadounidenses”, escribe Krugman, “y nos ayuda a establecer una transición: de enormes déficits en la balanza de pagos a una posición internacional más sostenible”. Aboga por dejar la tasa de interés — la cual efectivamente está en cero — “sin tocar durante los próximos dos años o más”. No dice nada acerca de las consecuencias que traería la depreciación del dólar para la situación monetaria de Estados Unidos o para su posición como divisa mundial de reservas.

Lo cierto es que la pérdida de la posición del dólar como la indiscutible moneda de reserva mundial tiene consecuencias devastadoras para la clase trabajadora de Estados Unidos.

Un dólar fuerte y estable era el cimiento del sistema monetario capitalista internacional que fue establecido en la conferencia de Bretton Woods al acabar la Segunda Guerra Mundial. El dólar ha funcionado por casi siete décadas como la moneda suprema para fines comerciales y de divisas. Esta posición del dólar, única y privilegiada, se basaba al terminar la guerra en una supremacía de Estados Unidos que no se podía desafiar; supremacía que le garantizó al capital estadounidense ventajas inmensas.

La caída a largo plazo del capitalismo estadounidense, la cual se reflejaba de la manera más obvia en la decadencia de su base industrial, resultó en los enormes desequilibrios mundiales entre naciones deudoras — entre éstas Estados Unidos como la más importante — y las naciones acreedoras, tales como China, Japón y Alemania - que llevaran la implosión de la economía mundial hace ya un año. La transformación de Estados Unidos como el país industrial más poderoso del mundo en centro de la especulación — y el parasitismo — económica mundial que, a fin de cuentas, ha socavado la posición internacional del dólar.

Permitir que el dólar continúe su descenso significa reconocer la realidad de que Estados Unidos ha decaído y que es necesario que el capitalismo encuentre una nueva base para su expansión. Pero el seno de este “reequilibrio” económico mundial es la reestructuración de las relaciones entre las clases sociales en Estados Unidos mismo.

El marco establecido por los acuerdos de Bretton Woods le dio a la burguesía estadounidense una enorme ventaja para manejar las relaciones sociales internas de Estados Unidos. En ese entonces la clase gobernante del país podía valerse de gastos financiados mediante déficits presupuestarios y una política inflacionaria para hacer concesiones a las exigencias de la clase trabajadora porque el mundo aceptaba al dólar sin titubeos. Sin esa ventaja, Estados Unidos ha de adherirse a restricciones monetarias y económicas onerosas, cuyo peso ha de caer sobre los hombros de la clase trabajadora.

Este proceso ya está en camino. En nombre del reequilibrio económico mundial y de las reformas internas del país, el gobierno de Obama ahora trata de reducir el consumo de la clase trabajadora, diminuir tajantemente los costos de producción y aumentar las exportaciones del país.

Esto significa lo mismo que someter a los trabajadores estadounidenses al mismo tipo de “terapia de electrochoque” que el Fondo Monetario Internacional - dominado por Estados Unidos — impuso sobre un grupo de países deudores del Tercer Mundo durante el último cuarto de siglo. Son los mismos métodos que ahora se usan contra la clase trabajadora de Estados Unidos: la devaluación de la moneda, las reducciones de los gastos gubernamentales para los servicios sociales y el uso del desempleo masivo para disminuir los salarios y aumentar la explotación.

Hay que poner en reversa el proceso por medio del cual Estados Unidos cerró sus propias instalaciones manufactureras y exportó la producción industrial a los paraísos de mano de obra barata en todas partes del mundo. Estas prácticas fueron lo que produjo que Estados Unidos dependiera, insosteniblemente, de infusiones de crédito por parte de naciones con superávits como China y Japón. Estados Unidos puede resucitar su industria, pero sólo en base de la destrucción de los salarios, las condiciones de trabajo y las normas de vida de la clase trabajadora.

Se supone ahora que Estados Unidos ha de convertirse en productor a bajo costo de mercancías para el mercado mundial, La clase trabajadora estadounidense ahora debe sufrir niveles de explotación que no se han visto durante en un siglo. Sus salarios y normas de vida ahora deben sacrificarse para vincularlos más íntimamente con los trabajadores súper explotados del continente asiático.

Esta política de guerra clasista es la razón por la cual Obama ha desatado una agresión salvaje contra los empleos y salarios de los trabajadores automotrices; rehusado toda ayuda a los estados y municipalidades que se han declarado en quiebra; y entablado una campaña para destruir los beneficios de salud de los trabajadores y atacar programas sociales subvencionados por el gobierno federal, tal como Medicare.

Estados Unidos de nuevo servirá de ejemplo para el capitalismo mundial; es decir, será el modelo para ataques similares contra los trabajadores de todos los países.

Pero la clase trabajadora de Estados Unidos no tiene la menor intención de someterse humildemente a su propio empobrecimiento. Se han echado las bases para el renacimiento de una lucha de clases titánica en Estados Unidos y a nivel internacional.

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