No vivimos buenos tiempos. La crisis es una apisonadora que está acabando con la economía de muchas personas y también con la felicidad, en un mundo dominado por el dinero. No descubro nada nuevo, tampoco si digo que los cambios sociales siempre se dan históricamente en medio de crisis de régimen.
Pues no se pone en marcha el proceso que desemboca en un cambio, cuando no se percibe un desfase entre la realidad de las clases populares y la realidad de la clase dirigente, por mucho que existan diferencias reales.
Una de las cosas que más me apasionan del momento que vivimos es observar cómo van fluctuando los cimientos más profundos de la sociedad que conozco desde que nací, al tiempo que todo se va derrumbando muy lentamente. Esto sucede porque los principios interiorizados en cada persona son realmente producto del sistema y si los dogmas de siempre se ponen en entredicho, el sistema comienza su cuenta atrás caminando directo hacia su fin. Sin embargo, esto no sucede de manera irremediable en el tablero de ajedrez donde se dan las relaciones entre clases antagónicas, la oligarquía que hoy tiene el poder está obligada a mover alguna pieza, enrocándose, y ya sabemos quién es la Torre y quién es el Rey, entre otros. Insisto, es apasionante.
En este caldo de cultivo nacen, crecen o resucitan ideas que, por cuestionar el sistema de manera más o menos global, agarran como un garbanzo en un algodón mojado donde antes no salía nada, por más que lo intentáramos. Quizás sea el trasplante a la maceta lo que es más dificultoso y delicado, aunque todo el proceso lo es en mayor o menor medida. Esto es lo que se llama en terminología clásica “condiciones objetivas y subjetivas”. Las objetivas se van desarrollando en relación dialéctica con las subjetivas y viceversa, de cómo juguemos con ellas dependerá que vayamos logrando objetivos. Así, no vale con tener una maceta muy bonita con un abono muy nutritivo, hay que saber hacer el trasplante. Además, maceta y abono tienen que estar listos, de lo contrario ya sabemos qué pasará con el brote si lo queremos cambiar de lugar: irá a la basura.
Esta reflexión viene a colación con un hecho al que no pretendo categorizar de certeza, pero creo importante reseñar para realizar algunas consideraciones que podrían ser tanto causas como consecuencias del mismo. Me refiero a una de las anécdotas de las que las redes sociales se han hecho eco en los últimos días.
Aunque silenciada por los exabruptos de la “idiot-savant” Teófila Martínez y su mala relación con las nuevas tecnologías de la información y la comunicación es la del fichaje por parte de TVE de la estrella mediática de Canal Sur, Toñi Moreno. Aunque más que el fichaje de Toñi Moreno, lo que ha armado cierto revuelo en las redes sociales ha sido una siniestra condición que al parecer le han impuesto, no es otra que la eliminación del acento andaluz en su habla, sin ser un acento exagerado, teniendo en cuenta que es natural de Sanlúcar de Barrameda y que comparte rasgos de otros lugares en los que Moreno ha vivido, según palabras de la propia presentadora1. Se convierte, por tanto, en un habla comprensible para cualquier persona que habite al norte de Despeñaperros que TVE ha decidido erradicar, solicitando que hable en castellano estándar, lo que no ha sentado bien a muchas personas2.
Este hecho no es una novedad, siempre ha habido gente que se ha molestado por ese tipo de cosas, en nuestra tierra. Un ejemplo de ello es el personaje de la Juani de Médico de Familia y su condición de “chacha andalusa grasiosa”, que provocaba cierto rechazo incluso desde posiciones que ni siquiera eran andalucistas moderadas, sino simplemente andaluzas. Sin embargo, en esta ocasión he percibido algo diferente.
Justo después de leer la noticia en un grupo de Facebook en la que hay gente de Cádiz, sin temática concreta sino simplemente gente de esta preciosa ciudad, me dispuse a escribir un comentario en el que decía grosso modo que no hay derecho a las repetidas faltas de respeto al Pueblo Andaluz producidas desde España, y que yo, cuando no me respetan en un sitio, cojo la puerta y me voy. Esta frase, recogida de nuestro vocabulario habitual, es lo que deberíamos aplicar los andaluces y andaluzas, planteando la posibilidad de la independencia; pues, hay que tener en cuenta que esta tierra tiene recursos suficientes como para conformar un proyecto de país más que estable y es España la que depende económicamente de tener una Andalucía sometida y servil, por lo que los que quizás deberían medir sus actos precisamente deberían ser los que sí creen en una España unida.
La esencia de este comentario, que anteayer provocaba insultos, risas, incredulidad o incluso compasión, en esta ocasión provocó reacciones infinitamente más suaves, muchas de aprobación decidida, otras más moderadas, como descubriendo esa posibilidad de dignificar Andalucía ante algo que indigna como hijos de ese país, que nunca se les había ocurrido. Y, en consecuencia, los archiconocidos “me gusta”…
Debemos considerar, obviamente, lo efímero del efecto de ciertas noticias en las redes sociales, así como el hecho de que pudo ser casualidad pura, y que ese mensaje que escribí ahí fue leído por un puñado de personas de mente abierta y no demasiado patriotas de la llamada Marca España, que vieron con buenos ojos esa idea. A pesar de ello, cabría introducir este suceso en una reflexión mayor, porque dedicarle un artículo a semejante anécdota sería absurdo. Lo que me llama la atención, y enlazo con el principio, es el hecho de que los tapujos a la hora de cuestionar las reglas del juego que todos conocemos, se están rompiendo poco a poco. En este punto, me gustaría hacer referencia a un tipo con el que mantengo una relación de amor-odio constante, lejos de etiquetas que no aportan nada y que sólo ciegan. Me refiero a Pablo Iglesias, el presentador de La Tuerka y Fort Apache, asiduo a las tertulias de Intereconomía o La Sexta, entre otras cadenas de televisión, y que, nos guste o no, ha introducido un soplo de aire fresco a estos programas, abriendo frentes de debate que hace meses no podríamos imaginar en esos contextos. En cualquier caso, alguien a quien escuchar y tener en cuenta, aunque sea para hacer la crítica y ponerle la etiqueta.
Dice Iglesias, entre otras cosas, que uno de los elementos más importantes que están en juego en estos momentos es el sentido común. La disputa del sentido común, pues es este elemento el que se va modificando como un reflejo del ser colectivo. Estoy de acuerdo con esta afirmación, la modificación de las condiciones objetivas provoca un obligado cambio en la percepción de la realidad, y esa transformación hay que aprovecharla para conseguir que ese sentido común en disputa sea favorable a nuestros intereses de clase, o si no, por el contrario, lo que ocurrirá es ni más ni menos lo menos recomendable, que calen ciertos discursos completamente populistas y cercanos al fascismo. Lógicamente ni todo el mundo caerá en un lado ni en otro, pero el que predomine será el que acabe siendo el motor del cambio que se dará, ya que al fin y al cabo, son las masas las que cambian el curso de la Historia.
Dentro de esta reflexión es donde quiero meter el aparentemente inocuo suceso del comentario de Facebook. Pues, aquellas personas que venidas desde el nefasto apoliticismo del llamado “españolito de a pie” son receptivas a argumentos de izquierdas, y hoy por hoy son más permeables que ayer a argumentos independentistas en Andalucía. No mucho ni poco, pero más que ayer sí. Es así. Como cabe esperar, hay que poner en valor esto y puntualizar claramente que efectivamente, el independentismo es una idea francamente minoritaria en nuestro país, pero no quisiera que quedara la sensación de que lo que valoro es la subida del independentismo porque quizás sería cierto, pero de una manera tan ínfima dentro de la residualidad anterior que no merecería la pena ni señalar. Lo que quiero valorar es que se está calentando un caldo de cultivo que hace posible que las ideas que hacen apología de la dignidad de Andalucía como pueblo, y no como bufón de España, calen en sectores más amplios de lo que podríamos pensar.
Por tanto, cabe la posibilidad de que, a pesar de la crisis y todo lo demás, esos ciertos sectores que hoy ya no pegan un salto del sillón al oír la palabra “independencia” referida a Andalucía, siguieran blindados ante la posibilidad de romper el Estado por Despeñaperros; podría pasar. Podría, pero no pasa. Y aquí es dónde no estoy seguro de qué factor o factores intervienen en ese cambio.
Podría ser la irrupción de un sindicato denominado en sus estatutos “Nacionalista andaluz de izquierdas” como es el SAT, cuyo tirón mediático tiene todas las propiedades positivas que hacían falta en
Andalucía, al estar formado por personas honestas, de probada limpieza al hacer sindicalismo en los tajos o al hacer política en instituciones y fuera de ellas con honestidad. También, podría ser un efecto provocado por el carácter tangible y real de la posibilidad de la independencia de Catalunya, coyuntura que no hace descabellado pensar que eso de romper España es posible, y que quizás no sea algo tan malo. En la misma línea, podemos pensar en el fin de la lucha armada de ETA que, a pesar de los esfuerzos de ciertos engendros –principalmente del PP– en meter todo en el gran saco de ETA, ha despejado más de un dogma en referencia a los independentistas de izquierdas que siempre hemos compartido con cualquier abertzale, armado o no, eso de “independencia y socialismo”, resultando a veces incómodo compartir objetivos, ya que esa lucha fuera de Euskal Herria nunca fue excesivamente comprendida. Quizás pueda ser el hecho de que España cada día se presenta como un valor más a la baja, visto desde todas las perspectivas posibles, salvo en lo relacionado con los chicos de la selección masculina de fútbol que siempre ganan todas las copas en juego, pero que no aportan ni un solo euro a nuestras maltrechas economías. O tal vez sea ese Rajoy diciendo todos los días que la crisis acabará, ese Rubalcaba que directamente provoca depresión verle, esa Rosa Díez identificada con el fascismo, o ese Cayo Lara que, en su empeño compartido con IU por convertirse en alternativa de Gobierno, no hace más que rebajar un discurso ya rebajado varias veces y más aguado que un cubata a las 6 horas de ser servido.
Con ese panorama, no es de extrañar que surjan reacciones variopintas y es tarea de los y las independentistas de Andalucía aprovechar el momento para que cuantas más reacciones rechazando a España en pos de nuestra soberanía nacional haya, mejor. No olvidemos que es el sentido común lo que está en juego, es esa percepción del mundo, de lo que es justo y lo que no, y la dirección que tome, uno de los elementos cruciales para que el cambio sea el que queremos y no otro. De esta forma, el sentido común, es la espuma que sube y caldea el ambiente. Es el rechazo a que una cacique como Teófila Martínez frivolice con el estado de nuestras economías, en lugar de besarle los pies a cambio de sus desprecios. Es la alegría por el ingreso de Cristina Cifuentes en un hospital público, de esos que el Gobierno de la Comunidad de Madrid quiere cerrar o vender a empresas estadounidenses. Son las ganas más y más crecientes de ocupar fincas regentadas por personas con miles de hectáreas de tierra en su propiedad, es aquello de “PSOE y PP la misma mierda es” cantado en la oreja de la dulce pero muy calada Beatriz Talegón. Es la búsqueda de nuevos referentes políticos y sindicales que no son “los de siempre”. Es el cuestionamiento de un dogma intocable como es la Transición, los crímenes cometidos en ese periodo y el engaño político, Es el cuestionamiento de la Constitución o la Corona Españolas, las más bochornosas consecuencias de tal periodo histórico. Es la resurrección de Manuel José García Caparrós o Javier Verdejo y los homenajes en su honor cada vez más repletos de gente. Es la resurrección del 4 de diciembre andaluz. Es la “moda” de la arbonaida, que cada vez se ven más y más en las manifestaciones. Es el SAT creciendo como la espuma con un discurso andaluz y soberanista. Es la conciencia nacional de la clase trabajadora andaluza, que aumenta al mismo tiempo que la conciencia de clase, como ha sucedido ya varias veces en la Historia… En definitiva, es la lógica de la lucha de clases, que en Andalucía toma un carácter nacional ineludible cuyas intuiciones mostradas por la clase trabajadora andaluza hay que abordar y potenciar, la certeza de que Andalucía no puede esperar ni un minuto más para ponerse de pie por sí misma. Todo esto está en disputa y de la habilidad de los independentistas y de los soberanistas andaluces dependerá el éxito, éste no será lograr la independencia, ya que eso está lejano, sino construir un discurso ganador y hacerse un hueco en el abanico político. Ésta será la llave que nos abrirá la puerta para conseguir eso que tanta falta nos hace: la soberanía política, económica, social y alimentaria de Andalucía, o lo que es lo mismo, la independencia.
Andalucía está despertando. Ayudemos entre todos a limpiarle las legañas de 35 años de sueño profundo.
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