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PRIMERO DE MAYO MANCHADO DE SANGRE DEL PUEBLO LIBIO, O SOCIOLOGÍA DE LA VERGÜENZA

 

 Vergüenza para la socialdemocracia, para los sindicatos, para su revisionista comparsa de seguidistas llena-plazas

 

 

   De Zapatero el Sembrador de horrores aéreos. De sus aduladores riéndole la gracia

 

   No voy a hablar de los “méritos” hechos por Zapatero durante la legislatura y que han acabado por situarle “a pie de horca”, forzando “su” no candidatura. El hecho, reconocido hasta en los círculos “históricos” del PSOE, y muy a pesar del fanatismo zapatenero profesado por el Padrino Botín y su 614% de aumento de beneficios desde 2003, es la quemazón pública de quien ha ido programando con celeridad la “externalización” social de la crisis capitalista. Esta traslación es paso necesario hacia la re-activación de inversiones en Capital Constante (I+D, apertura de Unidades de producción, adquisición de tecnología industrial, producción de maquinaria...), y hacia el mantenimiento en la brecha por parte de las potencias y monopolios que, desde “dentro” y desde “afuera”, ordenan lugar y funciones al eslabón español en la compleja cadena internacional del imperialismo.

   En efecto, quien más y quien menos tiene en mente las “reformas”, dispositivos jurídicos, ventas, “liberación de funciones públicas”, decretos y recaudaciones, a través de los que el actual gobierno del Capital no ha podido más que ir lesionando -y sensiblemente-, no sólo a los pisoteados de costumbre, sino esta vez a tantos sectores, colegios profesionales y corporaciones de intereses dotadas de poder mediático, estatal, encuadratorio y movilizador para procurarse su defensa.

   Y, en medio de este panorama..., los aldabones duros de la cadena imperialista ¡que se disponen a seguir “externalizando”!, esta vez golpeando con asesina insistencia al pórtico libio, no suficientemente “abierto”. Y el Estado español con ellos, silbando como ferviente monaguillo, entona la letanía de la secta y sus “razones”. Geopolítica, exportación de capitales, créditos de reconstrucción, sionismo y chinización africana al margen, las matemáticas dan la seña de los propósitos. Sencillo cálculo de ahorro en Capital Circulante (petróleo y gas en este caso) que reanimará la Ecuación de la Tasa de ganancia, ahora carente de atractivo para la re-inversión, es decir, para la continuidad del Capital en el ejercicio de sus funciones productivas, verdadero epicentro agitativo de toda la espiral de crisis.

   En este mismo sentido, el otro gran paso para restituirle el atractivo a la Ecuación, y que ahora el imperialismo está dando en Libia, consiste en avanzar allí en la incesante fragmentación de procesos productivos. La saturación industrial de Capital Constante y la consecuente sobre-acumulación de éste, que atentan contra una Tasa de ganancia apetecible como estímulo para seguir haciendo girar la rueda, son así paliadas de nuevo con la sencilla e “incolora” matemática, carnicería mediante: exportar, en el futuro, tramos de procesos y colocar en Libia esas maquinaria, instalaciones, nano-tecnología... en stock, amarrando a ella población ahora tribal, pequeño-propietaria o gentilicia. Y así incrementando la masa de plusvalía y, por ende, la Tasa de ganancia, previa “liberación” respecto de unas estructuras “autóctonas” que obstruyen esa libre disposición de Fuerza de Trabajo. “Bienvenidos al proletariado”, deberían garabatear los matarifes en las bombas irradiadas con uranio que cargan al depósito, si pudieran ser conscientes del sentido objetivo de sus misiones aéreas.

 

   Así que la cadena imperialista se aprieta, una vez más, contra el cuello de un pueblo hasta desangrarlo con prodigidad, cuando todavía queda fresco en la memoria el sangriento cuadro irakí y su recogida socialdemócrata de réditos, gota a gota, con todo su desfile ciudadano y con toda su indignada esceneografía artístico-cultural, exigiéndole democráticamente paz a la democracia -Reina Madre de todas las mayores carnicerías. Igual que Aznar había trabajado en aquel momento para el quid pro quo que marcan las potencias dominantes en esto de prospectar y ahondar la capitalización del mundo en todas sus facetas y orografías (entre la vieja CEPSA y REPSOL habían acaudalado finalmente una cuota del 20% en la explotación del petróleo irakí), ahora Zapatero defiende, defendiendo a los amos del uso de petróleo como Factor de Producción y como respaldo monetario, el negocio de REPSOL en las relaciones mercantiles que la empresa mantiene con esos demás sectores del Capital. No en vano, ese monopolio explica buena parte del dato de negocio español en Libia, el tercero mundial en volumen. Y es que cada “comité de administración de los asuntos comunes” que afectan a los monopolios nacionales, no puede quedarse atrás, re-editando, a la escala histórica que corresponde, la Constante capitalista de competencia inter-empresarial.

 

   En este punto, y manifiesta la contradicción entre el canon social dominante -el pacifismo- y su viejo adalid Zapatero, ahora tan partidario de darle a “la violencia en la historia” su particular papel capitalista, mientras demoniza e ilegaliza a otros por lo que según él es “contradecir el principio de ilegitimidad de la violencia para hacer valer razones y para tomar parte en procesos de contencioso político”...; en este punto, podía haberse pensado que los sindicatos correrían a aprovechar su ocasión de oro para recuperar al menos parte de los intereses y status -suyos propios y del segmento socio-profesional y administrativo representados- que han sido lesionados por aquellas medidas y recortes que los afectaron directamente. ¡Qué “coyuntura” tan oportuna!, ésta del gobierno cuadrándose ante el que toque -Berlusconi-AGGIPP, Sarkozy y su rapidez de reflejos para adelantarse a Obama, Cameron-BP...-, para ponerse detrás de Zapatero y de su partido y decirles que se les da el empujoncito que les falta y se les lanza al vacío de la indigencia electoral a menos que... ¡Aunque fuera por “egoísta” corporativismo, podía pensarse que las direcciones sindicales, invocando el recordatorio inoportuno de “No a la guerra”, pondrían sus barrigas a saltar sobre la cuerda floja de desprestigio donde el gobierno se tambalea!: “movilizando bases y desde la tribuna periodística”, coqueteando con los sectores críticos, convocando a la “red de sociedad civil”, a los “movimientos sociales” y esplais sindicales de menores...

   Pero no: salen a la palestra Méndez y Toxo -junto con la cutre, vanidosa, idealizadora social e hiper-sobre-valorada cartelera de cine, musiquilla y performance varia mantenida in vitro a golpe de talonario ministerial-, y salen a esgrimir que bombardear a los libios es “un mal menor”, siendo deber de todo demócrata aplaudir. Pulverizar deliberadamente hospitales, demoler desde el aire infraestructuras para ganar con su posterior reconstrucción y para impedir el tránsito económico y de subsistencias, programar el exterminio a explosiones de decenas de miles de libios y de ingenieros chinos que son Fuerza de Trabajo en manos de la competencia china (en un país que cuenta con poco más de cinco millones de habitantes), irradiar con uranio los campos, las aguas, el aire, las madres y los embriones... ¡Un mal menor!. ¿Para quién?.

   Será que, haciéndose sus cuentas, los sindicatos ven que Zapatero es un mal menor con arreglo a lo que puede venírseles encima de ganar la otra gran fracción de la clase dominante española y su marca electoral liderada por Rajoy. Así que, piensan, toca ser pacientes y sacrificar la hipótesis de ponerse pesados en la reivindicación de las condiciones fastidiadas por el actual gobierno. Porque el inmediatismo y la avaricia rompen el saco, y no sea que, de añadir más leña al fuego..., se presente en Moncloa un “punto de no-retorno”, y además por mayoría cómoda. Toca callar, entonces. ¡Qué callar!; alabar por este acto de humanitaria caridad con el pueblo de libia, donde, según las idiotas declaraciones del propio Zapatero, inevitablemente habrá que seguir bombardeando hasta que el régimen abandone el poder, mediante una “intervención” cuyo objetivo -y ha recalcado el líder socialdemócrata- “no es ni pasa por derrocar a Gaddaffi”.

   Los sindicatos deben de hacer sus cábalas, pensando que ya se les devolverá el favor y que, en cualquier caso, la opción socialdemócrata les garantiza firmes posibilidades de reponer sus condiciones y las de aquella fracción de trabajadores asalariados a quienes verdaderamente defienden desde el diálogo social y los mecanismos trilaterales -patronales-ejecutivo-sindicatos- de “civilizado” cauce de las luchas domésticas de clases; mientras otra parte del proletariado se hunde cada vez más, y éste sí irreversible dentro del marco actual, en la miseria de “vida” que el compromiso “social” de los sindicatos le co-programa y le co-sentencia. “Cuando <<la Economía>> se re-haga de la crisis de rentabilidad de inversiones, que entorpece el desarrollo, la innovación, la puesta a funcionar y la compra industrial, de Capital Constante, y así la re-edición del ciclo D-M-D',  entonces, del nuevo suculento pastel en cocción, ¡habrá para todos (nosotros)!”: esto piensan los políticos sindicalistas. “Algunas concesiones de las que hemos hecho en <<vacas flacas>> serán derogables, y el statu quo pre-crítico reconquistable. Pero para ello hay que contar con la fortaleza de vectores últimamente amigos, incluso si hubiera de ser desde la oposición”.

 

   Por otra parte, los sindicatos conocen bien los orígenes históricos y económicos de su cualidad como vector de intereses en lucha contra otros, dentro del complejo haz contradictorio que trata de alinear, a un lado o a otro, a los productos de esa misma Economía cuyos parámetros básicos, por lo mismo, ese haz ha de cumplir la misión de apuntalar. A todo ello contribuye el sindicato desde su sistema particular de equilibrio entre funciones (para el segmento social que abandera) y contra-funciones (para la totalidad capitalista nacional y de Estado a la que ese segmento presiona y trata de forzar a través del sindicalismo). Aquellos orígenes históricos y económicos resultan coincidir con las condiciones permisivas de su permanencia actual como posición y como situación de clase (o de capa dentro de una clase en el sentido estrecho de propiedad formal sobre los factores económicos, pero en substancia contrapuesta a la clase y antagónica a ella tanto en la dimensión   “inmediata” como, más profundamente, en la dimensión histórica). Hablamos de la prosecución de la opresión imperialista, horma del zapato del revisionismo y de su teoría de evolución pacífica hacia el Bienestar “socialista” desde la conquista del dominio jurídico y legislativo de Estado, tanto como desde el dominio administrativo de “la riqueza” (¡del Capital!). Así que la madre del cordero -parias de la tierra, famélica legión- debe seguir siendo degollada y el plato colocado bajo la yugular, que esas son las auténticas bases -junto con el incremento de plusvalía relativa- de tanto progreso en las condiciones, de tanta llamada “conquista del movimiento obrero” y de la dulce humanización del capitalismo que gozan unos cuantos y defienden otros tantos. A Libia, y hacia donde haga falta: ¡y arda Roma con Santiago!.

 

 

   El Ser estatal de los sindicatos: ¿traición burocrática a las bases obreras, o reflejo institucional de la conciliación de ciertas capas asalariadas bajo el sucio paraguas del Estado imperialista?

 

   Y en éstas llegamos a vísperas del 1º de Mayo este año. Los comunistas, tanto como los proletarios y capas populares en general, debemos preguntarnos por nuestros principios. Y si es cierto que la historia, y nuestra perspectiva histórica objetiva de Partido -tendente a restituir el inextinguible proceso de humanización genérica negando la negación que el ser proletario encarna-, nos forja principios, consecuentemente debemos ser rotundos en negarnos, de entrada, de principio, sin entrar siquiera en disquisiciones estratégicas (¡cuyo análisis favorecería también nuestro No!), a participar en las manifestaciones de segmento que los sindicatos convocan para este día. No volvamos a ser, tropezando tantas veces en la misma piedra, la comparsa humana que engrosa sus estadísticas so excusa de que “allí está la clase y allí hay que ir pues”. ¿Qué clase?. ¡No la nuestra!. ¿Acaso qué fragmentos de “la clase” formal componen el grueso de los cuadros sindicales y de los beneficiarios de carnet -”¡de base!”- que nutren esos actos?. ¿Son parte del proletariado hoy, o se le oponen, tanto por su posición e intereses como por su perspectiva subjetiva y por su necesidad objetiva de que les funcione este sistema? (¡de que les funcione mejor si les cabe y mediante su lucha!).

   La cuestión de los sindicatos y de su actividad, ¿es una cuestión, tal y como la “diagnostica” el idealismo, de “traición” y “manipulación” de bases por élites, direcciones, burocracias y líderes?. ¿Están los adscritos y los partidarios que los secundan activamente, sumidos en la mistificación y la falsa consciencia?. ¿O son, los sindicatos, el plano político-organizativo para esa auténtica consciencia de clase propia de aquellos segmentos, corporaciones, Colegios, lobbies y profesiones que así se aúnan como fuerza tomando por lúcido nexo básico aquello que tienen de común defensa?. El proletariado; aquél de las periferias, las conurbaciones, el infra-habitaje vertical, los barrios des-infraestructurados, la exclusión, la reificación de los niños en las instituciones que les enseñan y preparan para el “fracaso escolar”, las doce horas en cadenas de “la nueva economía”..., ¿está allí?. Pero más importante aún: ¿podría estarlo sin perder su espíritu de potencialidad como agente de cambio radical?. Los sindicatos, ¿se vuelven “traidores” porque son subvencionados? (visiones subjetivistas, conspiratorias, maquiavélicas, idealistas, nihilistas, anarquistas, sindicalistas...). ¿O reciben subvenciones en tanto que deben auto-mantenerse como pieza representativa de intereses diferenciales dentro de una armonía sistémica de Estado y, más profundamente en cuanto a nivel de realidad, dentro de una armonía sistémica inter-clases que marca el carácter de clase del Estado?.

   Se trata, en última instancia, de discernir entre la “hipótesis” idealista y la materialista. Según aquella primera, los sindicatos pasan, en cierto momento de la historia, a formar parte de una conflagración estatal que, por medio de la comedia y el circo, manipula y paraliza al proletariado en una farsa de pseudo-luchas. En calidad de dispositivo puramente “del Capital” -abstracto de sus fracciones y contradicciones- y orquestado por éste para “engañar”, los sindicatos estarían bien nutridos y armados para “la mistificación de masas”, y, a partir de esas cajas de resonancia puestas a su servicio, atesorarían y ejercitarían su potencia material como aparatos de encuadramiento.

   Trato como versión particular -aunque no aparte- dentro de ese marco “teórico”, han de recibir las versiones más hiper-vulgares -y vulgarizadas-, que ponen el acento en el dato de la financiación como si éste fuera el quid del asunto, aludiendo a una tentación pervertidora conformada por subvenciones que empezaron a recibirse tiempo ha, como si a ellas se debiera el presente alineamiento de fuerzas en que los sindicatos intervienen, y no al contrario.

   Total: “teorías” amasadas, en el fondo, desde el propio posibilismo de la ideología sindicalista (desde dentro de los sindicatos o, las más de las veces, desde fuera; incluso entre comunistas). “Teorías” que, por más que se auto-presenten como e incluso se crean furibundas anti-sindicalistas, abren la puerta al cometido de reconquista y reconstitución sindical, metodológica y estructural. Ello, al haber hecho cuadrar la cuestión, bien con el estereotipo de la corrupción, bien con una colosal mercadotecnia de entretenimiento al proletariado, que habría que des-velar y de la que desertar colectivamente para constituir “unidad asamblearia”.

   Pero aquí la cuestión es: ¿cuál es la base material del sindicato en lo que se refiere a su composición de clase y a las relaciones que refleja y desarrolla dentro de sí, y no ya en lo que se refiere a su carácter de clase como organismo (que, no hay misterio alguno, sabemos que es carácter no proletario)?. Haciendo abstracción de esa materia prima determinante, correremos hacia el sindicato para reconducirlo o “destruirlo”, supuestamente rescatando de entre sus garras al proletariado mani-atado, y será enarbolada la bandera de “otros modos organizativos y de lucha”, que nominalmente o incluso en los planos procedimental y decisorio no serán sindicatos. Pero que sí lo serán por su substancia tendente a integrarse en la matriz democrática de disputas de interés inter-clase y de su resolución. Pues la variable demarcatoria de la inserción concreta en el plano político-ideológico es el cuerpo real, subyacente, de intereses materiales. Y, en su predominio, la base social que conforma y abastece al sindicalismo no es de nuestra clase; no es la clase del comunismo.

   Pudiera parecer lo contrario, a la falsa contra-luz de los cientos de miles de proletarios, que, por ejemplo en España, nominalmente rellenan los datos de la afiliación sindical, requisito que les es impuesto por “las circunstancias”: mayores (o mínimas) posibilidades adaptativas en la empresa o de progresión en el trabajo; dobles-raseros de trato, desfavorecimiento y listas negras sindicales; cursos y formación únicamente para sindicados; perspectivas de salvarse frente a despidos; necesidad de pasar por el embudo sindical para poder plantear y defenderse de lo que sea bajo el chantaje totalitario de la “democracia empresarial” y sus comités; incluso presiones vertidas directamente desde el empresario en pro de sindicarse y quedar así, por lo menos, civilizado como “parte de intereses” dentro de una supuesta “comunidad laboral de empresa”; etc. Pero toda esta cantidad de afiliación proletaria “rasa” por miedo, por “cálculo de conveniencias” o por imposición, tácita o normativa, de empresa, no debe llevarnos a engaño: es una afiliación formal, que no participa de “la vida sindical” ni de sus tejemanejes. Afiliación sin substancia ni cualidad, reducida a servidumbre a la extorsión tributaria de las cuotas “por la cuenta que trae”.

   Es aquí donde la hipótesis alternativa materialista se revela clara “como el agua cristalina; más clara que el azul radiante de una mañana de verano”: la implantación social no la extrae el sindicato de su poderío ideológico, sino que sus ramificaciones funcionales en tanto que guardián del orden a través de su influencia sobre el proletariado (por lo demás, muy relativa y mermada hoy), las acopia y ejerce el sindicato a partir de su centralidad en el seno de las relaciones materiales dominantes, como fragmento social que es, más o menos amplio, de esa matriz compleja y contradictoria, donde interseccionan y coinciden dos realidades. 1ª: el fondo social de clase (la “Aristocracia” obrera) que encuentra en el sindicato su artefacto de interés, y 2ª: el polo dominante mismo de la matriz (el Capital monopolista de Estado), quien encuentra en el sindicato a su artefacto porque éste es un interlocutor reconocible para él. Y lo es, no fundamentalmente porque lo ablande o lo manipule, y ni mucho menos porque lo tomara “a su servicio” (aunque, puestos, el polo dominante en una relación siempre está en disposición de exigir sus contra-prestaciones). Sino porque el germen de clase configurador del fenómeno sindical en la época del Imperialismo -la “Aristocracia” obrera- está realmente interesada -y no por engaño o mistificación- en entenderse siempre con la abducción estatal-capitalista del producto social a escala planetaria y pelear, sobre esas bases, en la lucha por su distribución, apropiación e inversión contra Estado y Patronal. ¡Pues la infraestructura económica de su nacimiento y existencia en calidad de función profesional y administrativa de Estado y de los monopolios empresariales, y, correlativamente, en calidad de posición social, no es otra que el Imperialismo!.

 

   Desde el dogmatismo de “El Proletariado” -que lo considera a éste allá en las alturas metafísicas, intocable, impermeable a la historia que él produce a golpe de la plusvalía que se le extorsiona y que es acumulada y re-invertida-, se me acusará de divisionista; de estar dividiendo a “La Clase”. Porque aquello que divide al proletariado no es la realidad, sino las palabras que designan a la realidad, ¿verdad, señores idealistas?; ¿verdad, señores demagogos?. ¿Pero los intereses concretos de qué “capa” del proletariado nominal encubren ustedes tras su coartada de profesar una supuesta epistemología de la unicidad del proletariado?. Quédense tranquilos, que a las preguntas del proletariado tendrán un día que responder por su cháchara interclasista de “la clase trabajadora”. ¿A qué clase de trabajadores encubren ustedes, que quiere (des)aparecer in-distinta fusionada en “La Clase” para mejor gobernar al proletariado como masa numérica en la calle desfilando tras sus eslóganes, pancartas e intereses segmentarios?, o, más en concreto, ¿quiénes son ustedes?. Hacen seguidismo “teórico” y práctico de quienes juntan a clases antagónicas en “los trabajadores” fortaleciéndose así en sus presiones, y de paso separando a la clase de sí misma, ¡y hablan ustedes de divisionismo!.

   Sin embargo, aunque fuera verdad la patraña de que el proletariado acude a la gran manifestación sindical del 1º de Mayo a celebrar “su día” (¡!), si bien acudiría “ciego en masa tras los sindicatos” -que no es verdad-, los comunistas y los proletarios conscientes no deberíamos asistir. Por cierto, vaya concepción y valor respecto del proletariado tienen estos señores “teóricos” de la oposición base-direcciones: ¡una clase ciega y en marcha tras quienes vienen demostrando a todas luces, firma tras firma, pacto tras pacto, refrendo tras refrendo bélico, sumir a nuestra clase y a los pueblos del mundo en un océano cada vez más y más profundamente calamitoso, con tal de mantener a flote el sistema que dialécticamente los reproduce a ellos en su condición particular de capa privilegiada!. ¡Y estos señores nos acusan, a quienes luchamos por reconstituir al sujeto político revolucionario capaz de comunicar al proletariado con su cosmovisión y con su perspectiva objetiva en la historia, de ser despectivos con la clase!.

   En efecto, y dejando de lado que las movilizaciones practicadas por uno u otro sector de la clase dominante, con su charanga y su pandereta en el caso de las movilizaciones sindicales, no son lo que se dice un contexto privilegiado para entablar lucha de ideas contra la dominación ideológica sobre la clase, ¿en qué situación de asistir estamos hoy los comunistas?. ¡Si ni siquiera hemos empezado, con amplitud de espectro, la lucha con nosotros mismos por auto-producirnos en tanto que sujeto revolucionario!. ¿Quién ha de detentar forzosamente “la hegemonía” en acontecimientos de esta especie, dando, a la postre, el formato charanguero-procesional, proselitista, incomunicativo y empresarial (todos con la gorra, los globos tintados y las siglas; que quede claro quién es el “actor social” en marcha), que mejor corresponde a los designios del acontecimiento?. La ristra de micro-caravanas comunistas que deciden, año tras año, concurrir en estos happening, no consiguen más que reforzar, año tras año, la confusión de algún que otro proletario “raso” despistado que ha dado con su cuerpo allí, al tiempo que refuerzan la legitimación del propagandeado “campo plural de las izquierdas con diferencias de sensibilidad”. Demostráis con vuestra asistencia posibilista, de paso, que sois la retaguardia de la clase, más atrasados que la generalidad del proletariado real, quien no se deja asomar por estas demostraciones de fuerza y convocatoria sindicales, y quien, por otro lado, es cada vez más excluido de ser convocado por unos engranajes convocantes que no tienen nada que ver con él y que ya no gastan sus “preciosos”recursos -y cada vez más medidos por sus donantes y gestores- en campos donde tienen cada vez menos adhesión que cosechar.

 

 

   Influencia, en la estructura social, del modelo corporativo de gestión del Capital, e hilado de interdependencias

 

   Por otra parte, la “Aristocracia” obrera no reposa suspendida en un limbo al margen de la estructura social. La base material de ella -el expolio imperialista y la explotación del proletariado “interno”-, y por mediación de sus propios sindicatos, ha ido tejiendo redes sociales dependientes o relativamente beneficiarias que han acabado por comportar la segmentación de sectores económicos enteros. Este funcionamiento distributivo de la acumulación capitalista es verdadero motor de atracción para amplísimas capas de asalariados que, sin ser por ello “Aristocracia” obrera, sí engrosan las filas de una especie de maremagnum proletario “intermedio”.

   En este modelo, nada maquiavélico y por necesidad capitalista de reproducir una Fuerza de Trabajo con capacidad de rendimiento, estado de salud, de consumo, de descanso y recreo para volver al tajo..., es donde la ciencia comunista halla la base material objetiva explicativa de -si no la adscripción y el aplauso-, sí al menos la pasividad resignada -por refunfuñante que pueda llegar a mostrarse- hacia el fenómeno sindical por parte de la generalidad social asalariada. Ausencia de disentimiento activo propiciada por la gestión sindical y estatal a la hora de haber fabricado una bisagra de condiciones jurídicas, de estabilidad laboral relativa, y de retribución, que enlazan, más allá de la “Aristocracia” obrera, a un sector proletario con el conservadurismo (progre o no en lo que se refiere a ideas, actitudes y ética).

   Por tanto, este comulgar -si bien acompañado de poner verdes a sindicatos y a políticos en la terraza de restaurante o en el supermercado-, no es propiciado por una abstracta plenipotencia de embaucamiento masivo que hechizara a “La Clase” contras “sus intereses reales”, ni propiciada por una psicología de masas -”el consumismo distractivo y conformador”-, pues, ante esta respuesta superficial, habría que empezar por preguntarse en torno a las bases agenciales de esa capacidad de consumismo, o del propio consumo, lo que implica preguntarse por las necesidades capitalistas de acumulación a que el modelo adquisitivo responde.

   Un ejemplo patente de esta, llamada por los sociólogos, con su habitual hacer abstracción de las relaciones entre clases, “dualización de la Economía”, lo encontramos en el sector de la construcción, donde “coexiste” un 70% de obreros reclutados para la, también por los sociólogos llamada, “economía informal”, sin ningún tipo de seguridad, cumpliendo jornadas al placer de los constructores a cambio de 500-800 euros, y un 30% de obreros “autóctonos”, muchos de ellos llevados por el sindicato de turno y encuadrados en éste, con salarios de 1.600-2.500 euros y posibilidad más o menos breve de carrera interna y progresión en el status, alcanzando a los meses o a los pocos años el rango de capataces y manejando/distribuyendo el trabajo de sus compañeros del “primer sector” (la mayoría migrantes) o delegándoselo a ellos. Este dato es interesante desde el punto de vista de la ciencia comunista, que toma las clases y sus relaciones. Pues resulta que algunos entre el “segundo sector”, llegan a conformar un extracto que, debido a su manejo discrecional sobre la división del trabajo, pasan a contener en sí un importante componente objetivo no proletario, con sus correspondientes correlatos ideológicos y de conciencia de la separación  respecto del proletariado. ¡Echesele la culpa, si se prefiere, a la propaganda inductora de “falsa consciencia”, pero honestamente debiéramos preguntarnos cuánto tiene en realidad de falsa.

   Por supuesto, la “coexistencia” entre estos dos sectores no es tal, sino que ambos son aspectos imbricados en una dialéctica más amplia de extracción/transferencia de recursos y de Capital, provocándose y permitiéndose mutuamente, pues difícilmente habría un sector satisfecho con buenos ingresos y perspectivas, sin la extorsión total de ése otro, al que la difusión de ideología racista y paternalista ayuda a mantener a ralla: “De qué se quejan: les damos trabajo”, “Estamos en España: es normal que nos obedezcan y carguen con las tareas más pesadas”, y otras lindezas que salen de la boca de nuestro “querido obrerito” borrego bien cebado y amamantado de alcohol. Ese otro, quien además se encuentra, deliberadamente, siendo objeto de lavado de manos jurídico y sindical -carece de contrato- por parte precisamente de esos estamentos que lo disponen a trabajar así; por más que luego saquen los sindicatos a sus “protegidos negritos” tras la cabecera de sus “multiculturales” cabalgatas, con Cándido Méndez en el papel de Rey Mago provisor, rodeado de pajes y “esclavitos buenos”.

   Sin embargo, en una esfera macro este fenómeno se evidencia si observamos la estructura laboral administrativa-estatal, y se evidencia cada vez más con el ahondamiento de la brecha surcado por sucesivas reformas laborales, que han ido desarrollando la otrora incipiente “intermitencia laboral” en el Estado, y que han diseminado modalidades contractuales “al detalle” y para la ocasión pasajera, mientras lo dejan todo sentado para proceder a la subcontratación de funciones y a la externalización de encargos. “Al lado” de esta dimensión en curso de deterioro, están los despachos y departamentos VIP, como los ocupados en Cataluña por 60.000 asalariados que cobran una media de 400.000 euros al año hasta próxima actualización salarial. Insistimos en que no se trata de realidades autónomas en coexistencia, sino del reflejo dual de un sistema que, en el contexto de su propia crisis de acumulación ampliada de Capital, tiene que ampliar el blanco social de sus golpes y endurecerlos, estrechando la irradiación de beneficios, e incluso alcanzando a status antes seguros de su intocabilidad. Los famosos re-ajustes y recortes salariales del 5% han tocado a la entera categoría inter-clasista de “los funcionarios”, donde aparecen aunados el proletario de los recados y el Director General de un hospital o el Rector universitario, y, por extensión, son re-ajustes y recortes que han tocado a la clase que realmente incumbe a los sindicatos y a la preparación de su respuesta.

   A esta estructura laboral en la construcción y en las obras “públicas” y urbanísticas, no es ajena la condición empresarial tanto de direcciones sindicales como de diversos gobernantes a toda escala de Estado (desde la escala municipal a José Blanco). Toxo, en particular, posee varias empresas y es destacado accionista de otras tantas (algunas ligadas a la construcción). Las famosas cooperativas de viviendas y sus escándalos no son más que la punta del iceberg. Las peculiares “filiales” empresariales nutridas de Capital sindical cotizan en Bolsa; en la misma donde invierten las direcciones sindicales guiadas por idéntica lógica de rentabilidad potencial que guía a cualquier otro especulador/inversor, así que la casilla a la que apostar durante estas pasadas décadas ha venido siendo la del “Toxo”. Está claro que el organigrama de parcelas de propiedad y dirección de operaciones sobre estas empresas no incumbe exclusivamente a las direcciones, sino que se ramifica entre miles de cuadros sindicales, “liberados” y encargados “de carnet”, mientras a través de ellos discurre la cascada de ganancias. Estos últimos ponen el riesgo, se llevan su compensación y, llegado el caso, aparecen con su firma como Cabezas de turco y candidatos a la responsabilidad legal. De nuevo la dialéctica beneficiado-benefactor entre franjas de la clase y aparato sindical.

   De la venenosa ponzoña de la actividad capitalista brotan las primeras aguas divisoras, pues aquello que unos manejan y rentabilizan es un valor que de otras manos ha tenido que salir. Pero claro: por señalar la verdad los comunistas somos divisionistas, mientras, sin ni siquiera intuirlo dadas sus carencias teóricas, nuestros izquierdistas acaban dándose la mano con el revisionismo sindical ocultando a las clases y taponando el emerger de sus luchas. Para los primeros, “El Proletariado” es la Physis (una y Todo), sin concreción histórica ni posibilidad de quedar sujeto a adjetivación definitoria con que deslindar con conceptos lo que es y lo que no es. Al mismo tiempo, se complacen los sindicalistas en querer juntarnos en su Iglesia al salmo de “Todos somos trabajadores”, tanto como “Todos somos hermanos” para el Vaticano y sus curas bendecidores de Pinochet.    

         

 

   ¿Hacia la subversión “del obrero” a través de una “nueva” práctica sindical, o auto-producción de los comunistas como sujeto organizado con capacidad y contenidos para dar a los movimientos proletarios y populares un horizonte revolucionario?

 

   Han hablado y convocado los sindicatos “alternativos”, quienes realmente aspiran a representar la alternativa para amplios sectores del mundo laboral que han sido abandonados por los hermanastros mayores sindicales. El Capital, con sus crisis de continuidad del proceso acumulativo, es un proceso impersonal que fuerza a su Estado hacia un adelgazamiento “en materia social” cuyas pérdidas de peso ciertamente no se distribuyen al azar en el cuerpo social afectado. Para delegar “sacrificios”, “responsabilidad social”, “solidaridad”, y hacer “arrimar el hombro”, están la concertación social, el Convenio Colectivo y los acuerdos-marco. Así, no todos pagan en igual medida y, por lo demás, el recientemente estrenado sistema de negociación concentra aún más las funciones de la estructura sindical en el cívico enfrentamiento con la Patronal y con el Ministerio de Trabajo dentro de lo que la salud de la reproducción capitalista demarca como umbrales de lo posible, al tiempo que el proletario “raso” queda en la indefensión ante la dictadura directa del patrón, o de su polichinela experto en Recursos Humanos. Se trata de un nuevo giro de tuerca agudizador en la dualización dinámica que ya viene afectando desde hace décadas al “mundo laboral”, hasta hace poco compuesto de una auténtica “caja negra” correspondiente al tejido privado y de un sector administrativo y de prestaciones “Legal”. La novedad consiste en la extensión y proliferación de los modelos de precariedad hacia este segundo entramado, al que los sindicatos venden a cambio de adjudicarse condiciones fehacientes de protección sobre la línea de flotación y de oxígeno para los cuadros “aristocráticos” medios de trabajadores. Y, con ellos, para su base social de apoyo (que es también la base social-creyente-participativa-adquisitiva de sustentación del Capital y de su democracia; de ahí el interés directo del Estado por no descuidar ciertas “conquistas” dentro del marco del “nuevo reparto”).

   Total: el “nuevo” sindicalismo se re-organiza e incorpora a la lucha, expresando la necesidad de re-organización y contra-ofensiva que poseen los sectores “perdedores”. Ya han intentado hacerse conocer entre sus bases de apoyo (ante sí mismos), y los eslóganes convocantes a movilizaciones han sido del tipo: “Contra el tijeretazo a las pensiones”. ¡Qué unificador y representativo de la clase en su conjunto!. ¡Qué auto-retratante!. Vaya usted a hablarle de pensiones a ese 60% de la construcción que trabaja 12-16 horas diarias por 500-800 euros al mes, sobre todo proletariado migrante, o a los fabricantes de hamburguesas con sus contratos tambaleantes, o a los trabajadores del telemarketing a quienes el programa informático calcula descartarles o renovarles el contrato al término de cada jornada, en función de la red de clientes que el trabajador, soga al cuello, se muestra capaz de hacer. ¡Contra el tijeretazo a las pensiones!. Mal marketing movilizador el de estos miopes que se ciegan llevados por el afán de responder selectivamente a la afrenta que les es más cercana. ¡Toma divisionismo!. Y luego los divisionistas somos quienes llamamos a la realidad por su nombre. Pero no vamos a dejarnos llevar por la ofensa: nosotros no somos como nuestros dogmáticos izquierdistas de “El Proletariado”. Nosotros no acusamos a estos “nuevos” esplais sindicales de ser los actores que crean la división, lo que sería idealista. En realidad, su actitud, acción e ideología son el reflejo de su posición ocupada en la división de la que participan, y que no han inventado ellos, sino la historia del capitalismo y por tanto de la formación de clases y sus luchas.

 

   Aunque, tal y como hemos explicado arriba, no se cumple, en el grado y cualidad supuestos, la presunción del “allí está la clase” cuando se trata de manifestaciones sindicales (entorno al 15% de la población asalariada está sindicada, con una brutal correlación entre índice de sindicación y los sectores estatal, de gran planta fabril o de “gran empresa”), el proletariado sí está en el campo del barça, en la tasca, en la fila de la lotería, en los platós de T5, y teniendo que pelear por ceñirse en el tajo a la dictadura impuesta por el darwinismo social al que juegan quienes tienen la sartén por el mango. Y al poblamiento de todos estos escenarios, dicho sea de paso, han aportado los sindicatos su preciosa contribución. ¿Y qué?. ¿Manda, la situación, a la adaptación de los comunistas a contextos tales?. No es que tengamos, los comunistas, ningún reparo en dar nuestra presencia donde pueda haber comunicación con el proletariado (aunque nunca nos favorecerá a priori personificarnos allí donde él es reforzado como masa). Pero, ¿ahora?. Si prácticamente ni hemos empezado a auto-crearnos ni a sembrarnos en la clase “socialmente sensible”.

   Para actuar, habrá primero que ser fuerza; y para constituirnos en fuerza, habrá que superar la división interior, progresar en la substancia que da cuerpo a una identidad “comunista” que se auto-presume demasiado rápido y en abstracto, sin sumisión a la prueba de fuego de la confrontación teórica; y para devenir fuerza objetiva, habrá, al mismo tiempo, que atraer y vincularse críticamente y bajo perspectiva de rectificación de la mano de la lucha de ideas, con los sectores sociales que son al menos fuerza subjetiva cuyo horizonte auto-asumido es la destrucción del capitalismo, así como el cambio radical del mundo y de la organización social de la producción que a él lo produce. Al margen de que esos sectores no posean a priori la teoría con la que conectar efectivamente ese mismo deseo suyo con una realidad proyectada cuyos contenidos acojan a esa radicalidad deseada; en lugar de simplemente duplicar idealizados, embellecidos, los núcleos vertebradores de la realidad capitalista (economía parcelada en empresas o en cooperativas, salario, mercancía, “auto-gestión territorial”, etc.). Hablar de la tan manida “aplicación y comprobación prácticas de la teoría”, sin habernos desarrollado en ella ni haberla desarrollado a ella y limpiado de sus líneas erróneas de concepción (que subsisten en e incluso dominan el supuesto campo comunista a día de hoy), sería no aplicar ni comprobar más que nuestra reproducción mecánica del espectáculo dominante de un comunismo en los huesos y tergiversado. Los proletarios han dado una y otra vez su desdeñosa respuesta a ese horror de retaguardia, auténtico atraso, de lo que debemos felicitarnos, pues al menos la humanidad genérica en la clase se las arregla para intuir aquello que la devuelve, precisamente en su nombre, al radiactivo cauce de alienación donde se pudre.

 

 

   El único homenaje conmemorativo hoy: ser disidencia y constituir alternativa frente al “monopolio de aparición” ocupado por el modelo de lucha resistencial laboralista, que desespera y paraliza al proletariado

 

   Unos proletarios industriales fueron asesinados con objeto de segar su lucha contra el tiempo de plustrabajo, es decir, de ganancia “pura” más allá del tiempo trabajado generador del valor reproductivo de la Fuerza de Trabajo. Y eso sucedía un 1º de Mayo como éste. ¿Como éste?; ¿seguro?. La ideología y, más radicalmente, la realidad del capitalismo se le ha metido al proletariado hasta la médula y ha hecho de él un Homo economicus (“La burguesía produce un mundo a su imagen y semejanza”, Marx). Este tipo-humano guía la disposición a sus acciones, no desde principios ni desde una necesidad irrefrenable de expresar su historia objetivada en él y, dialécticamente, objetivarla en el mundo sin supeditarse al cálculo de peligros. Sino desde un cálculo racional-instrumental que toma por coordenada sopesar la magnitud de pérdidas potenciales                  (riesgos) con la magnitud y probabilidad de consecución de resultados perseguidos o de provechos. En este panorama de la cosificación en Homo economicus, ¿cuál es el margen de posibilidad para la eclosión y desarrollo de luchas de resistencia, y aún menos para su coordinación, articulación y expansión?.

   Nimio, porque, tasado desde “el sentido común”, no existe compensación potencial que induzca a exponerse a listas negras empresariales, sanciones laborales, exclusión y represión. Dentro de las dificultades en que se mueve el proletariado, extraordinarias en cualquier caso, resulta “más probable” tomar el camino del posibilismo adaptacionista consiguiendo ventajas individuales de condición laboral o de progresión a base de redoblar la auto-sumisión y la “excelencia” allí donde ésta es posible, o, más generalmente, la discreta obediencia. El proletario reificado se crea así un “valor diferencial”, o “añadido”, por el camino inverso al de buscar una acción colectiva de resistencia por condiciones. Esta última, beneficiaría, a lo sumo, indistintamente al conjunto (tanto a quienes “se muevan”, como a quienes no), mientras, de perjudicar, perjudica a uno mismo sin propiciar bien alguno para compañeros terceros. El razonamiento dominante, educado por siglos de propaganda y de dictadura real capitalista, se sucede desde el epicentro individual, y no desde la auto-conciencia ni por tanto desde el auto-pensamiento colectivos. El resultado es el conservadurismo a la expectativa de que externamente se desate algo potente a lo que quizás sumarse y, así, el resultado es la parálisis resistencial.

   Esta dinámica sólo puede ser rota por los comunistas mediante la disrupción del modelo resistencial mismo. Debemos difundir un referente de horizonte por el que al proletariado le merezca la pena afrontar el miedo y las amenazas de represalia por parte del totalitarismo empresarial y jurídico de la democracia, porque afrontarlo implique indisociablemente abrir la puerta a rebasar, al fin, la infraestructura la infraestructura socio-económica del miedo mismo. Un mundo nuevo que ganar, entendido como totalidad compleja ambiental, productiva, relacional, decisoria, donde el ser genérico desbloquee la auto-afirmación de su historia objetivada en cualidades de género e, inextricablemente, continúe auto-produciéndose al estar produciendo consciente y colectivamente el funcionamiento de su mundo. ¿Que las masas “no lo comprenderán”?. ¡Ja!. Atendamos al proletariado rural (sobre todo) y al campesinado pobre peruano. De la miseria bajo la gestión de los curas y sus programas de “economía local” orientada al intercambio y por ello no rentable en condiciones de no-competitividad, o bien reservada a los comestibles que no hacían sombra al “mercado agro-industrial”, y así de nutrición insuficiente, esos proletarios y campesinos pobres, en síntesis con la Vanguardia comunista, es decir, organizados como Partido Comunista, pasaron a la sujeción de territorios al poder popular, donde, por dar una muestra, una nueva medicina, síntesis de la recuperación de saberes ancestrales campesinos y del desarrollo de instrumental y libre curso del aprendizaje científico, servía ahora a personas que producían y administraban en común las condiciones de su reproducción y de su lucha por el poder total, en lugar de continuar sirviendo a la reparación y funcionamiento de piezas humanas girando alienadas en el engranaje de la división clasista del trabajo.

   ¡No vengamos a joder con “realismos”!. Lo único irreal aquí es suponer que el proletariado va a romper su quietud, para desbocarse en lucha por condiciones dentro de los contextos operativos empresariales o de acuerdos con políticas laborales sancionadas por el Estado, cuando él está percibiendo y comprendiendo con lucidez, a diferencia de su retaguardia posibilista obrerista (auténtica capa más atrasada del proletariado), que el Capital hace cuanto tiene que hacer y llega hasta donde le haga falta con tal de re-ajustarse a las funciones acumulativas y re-inversivas de las que depende, llegando, cada reforma, adjunta a su contra-reforma más o menos disfrazada, y siendo siempre preparado el palo consecuente a cada pomposa presentación zanahorias. Si tal panorama esteriliza los frutos de la lucha, ¿porqué no pensar en asumir el esfuerzo y la exposición a represalias, con vistas a demoler el propio panorama?. ¿Qué alternativa hay?; ¿luchar por condiciones “para adquirir consciencia” y para “aprender de las derrotas y formarse con ellas”?: esa lucha no trae más que (falsa) consciencia de derrotados, ya que suprime el horizonte arduo, difícil y real poniendo en su lugar unas irreales perspectivas de vivir mejor, puding que, al haber sido probado en su sabor de desencanto y frustración, desde hace tiempo ha ido llevando a los proletarios a una falsa auto-conciencia de impotencia, de individualismo, de resentimiento colectivo y de nihilismo.

   Pero el proletariado sólo deviene impotente apresado en esa imagen de la impotencia, correlato, fetichizado por él, de una experiencia que ha venido siendo regida por una práctica tramposa; únicamente útil como carne de cañón y movilización espectacular, para los designios particulares de los poderes, de gorra roja y silbato pastoril, interesados en mostrar a sus interlocutores patronales y estatales sus destrezas en pirotecnias “de fuerza”.

 

   Tenemos claro no poder subvertir hacia las fuerzas de revolución, las estructuras, redes y el movimiento práctico ecologista, feminista, republicano... Pues sus perspectivas y rumbos efectivos no hacen sino expresar idealmente (y con no poco utopismo) el anhelo de introducir una modificación de funcionamiento. Esto es: en el funcionamiento del sistema económico o político-jurídico, a fin de mejor acoplarlo a esas necesidades de disponer de campo de movilidad, que han desarrollado, a imagen del desarrollo y complejización del sistema mismo, unos tipos-humanos que son su producto -sintetizados en la figura del ciudadano como resumen-contenedor de tal multiplicidad. Y que pretenden reconocimiento, posicionamiento, gestión o, las más de las veces, forzar una tregua con el sistema en lo que éste tiene de más insoportablemente amenazador para una u otra entre esas dimensiones sociales específicas del ciudadano (es decir, forzar un no me li tangere, una zona franca).

   Lo que sí podemos hacer los comunistas -o, mejor, lo que sí podremos hacer tras haber avanzado en la reconstitución de nuestro movimiento-, es comunicación revolucionaria dirigida a determinados elementos de “estos mundos”, quienes sean más o menos permeables hacia negar su propia perspectiva de movimiento-reflejo de la relación agresiva capitalismo-necesidades humanas. Y así llevar a estos elementos hacia la perspectiva de salida histórica que supera cualitativamente el pálido y caricaturesco sentido de “ecología”, “igualdad”, “fraternidad”, “dignidad productiva”, “autonomía”, “participación”... que cabe en el capitalismo. Sentidos que son los que mecánicamente portan esos movimientos y su punto de partida fetichista en cuanto a las relaciones y especies sociales reales ya generadas, y entre las que forman parte quienes en el fondo no dejan de ser sus abanderados.

   Pero si esta necesidad de disrupción la vemos diáfana en lo que se refiere a la policromía de los llamados “movimientos sociales”, ¿porqué arrastramos los comunistas una tradición que nos impide ver la solución de continuidad entre el resto de manifestaciones de dicho paradigma, y el color azul del mono de la estereotipada “lucha obrera”?.

 

   Hace poco más de una década, se nos presentaba exultante un nuevo conglomerado de actores políticos al que se había dado el nombre de “ciudadanismo”. Sus funciones manifiestas auto-acopiadas: vehiculación de demandas “de clase” acompañada de actos de presencia perseverante en luchas y movimientos de fábrica; presión sobre procesos de toma de decisiones; influencia e inclinación de políticas estatales; presión pública sobre personajes y partidos, y sometimiento selectivo de los mismos a “escarnio” de imagen; redistribución presupuestaria y “ayuda al Tercer Mundo”; velar por el cumplimiento de la Ley y de la penalidad sobre procesos y asuntos ambientales; etc.

   El posibilismo de entrada era y es evidente: “Forzar, mediante la vigilancia ciudadana, al Estado capitalista para que concilie su naturaleza con el debido respeto y protección a los intereses ciudadanos, más allá de clase de pertenencia”. En algunos casos, se trata de un posibilismo realista -en el fondo, Vanguardia aventajada del Estado ideal burgués entendido como super-consciencia de la clase dominante atendiendo a su sociedad desde el marco normativo de equitatividad protectora, arrogado a través de la máxima Libertad-Igualdad-Fraternidad. En otros casos, se trata de un posibilismo quimérico: lo es y será siempre y cuando la presión ciudadanista aspire a que el Estado capitalista se ponga a maniobrar para poner en jaque el derecho ciudadano que los propietarios monopolistas de Capital tienen en relación a invertir y a usar su propiedad tal y como estén determinados a necesitar hacerlo a fin de seguir en la cresta de la ola competencial. Este caso es, por supuesto, extensible a las políticas de Estado correlativas (militares, diplomáticas, comerciales, etc.).

   Aunque es cierto que el ciudadanismo ha logrado instituir a parte de su universo fragmentario de lobbies, y que estos son incluso capaces de concertarse a fin de operar en una racionalidad de objetivos más o menos unitaria, ¿qué hay de la otra gran función presumida al ciudadanismo: arrastrar tras de sí al proletariado?. En ello ha fracasado estrepitosamente. A las charlas y actos del ciudadanismo acude su propia base social (de todo un poco, menos proletaria), siendo, pequeño-burgueses, burócratas, cuadros profesionales y universitarios, burgueses y grandes capitalistas, tanto sus financiadores como sus organizadores, convocantes, editores, publicistas, difusores, activistas y audiencia. La misma ausencia, abstinencia, separación, terminó de caracterizar hace ya años la relación entre sindicalismo y proletariado. ¿Están así a gusto los sindicatos, defendiendo a los suyos y sin estorbo de mezclas?. ¿O necesitan proletarios, como fuente de fuerza y de legitimación?. Nada de ello es nuestro problema, más que en el sentido de advertir a los comunistas contra entrar a rodar o continuar rodando en un círculo de “re-composición” sindical al que nuestra verdadera clase, aquélla para la que el Imperialismo no ha fabricado ni podrá fabricar jamás otra cosa que cadenas que perder, excluyó hace tiempo de sus vidas. Vidas excluidas de posiciones, empleos y plusvalías “salariales” que Estados, monopolios y sindicatos arrancan a su plustrabajo y al de sus hermanos del mundo entero.

                

                                                                                                                                                       Tamer Sarkis

                    

 

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