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La experiencia anarquista en el movimiento obrero boliviano

Ponencia presentada en las Jornadas Internacionales de Problemas Latinoamericanos “Los movimientos sociales en América Latina. Pasado, presente y perspectivas”, realizado en la ciudad de Mar Del Plata (Argentina), los días 25, 26 y 27 de septiembre de 2008.

El trabajo presentado a continuación busca dar cuenta de la importancia que tuvo el anarquismo dentro del movimiento obrero en Bolivia. En esa dirección, como una primera aproximación, hemos realizado una reconstrucción histórica de la experiencia anarquista boliviana en su forma sindical, analizando las variables y acontecimientos que favorecieron su desarrollo, su auge y también su decadencia durante la primera mitad del SXX.
La relevancia de esta cuestión radica en rescatar una experiencia que –a nuestro entender– no solo fue “olvidada”, sino deliberadamente ocultada en la construcción de la “historia oficial” de aquel país, buscando silenciar el carácter contestatario y revolucionario de los anarquistas. Asimismo, consideramos que la experiencia libertaria boliviana ilustra las especificidades propias y resignificaciones que el anarquismo hubo de adquirir en suelo latinoamericano, un buen punto de partida para comenzar a repensar las ideas ácratas desde América Latina.

Caracterización de la formación económico-social

La formación económico-social boliviana poseía una estructura compleja, resultante del cruce entre elementos precapitalistas –con los que no se acabó luego de la independencia de España– y elementos de una economía de tipo capitalista, basada en la monoproducción del estaño.
Las relaciones sociales precapitalistas se encontraban en el campo, donde se concentraba el 80% de la población, cristalizadas en instituciones como el pongueaje, el mitanaje y el colonato.
Las mismas, antes que desaparecer con la política de liberalización de tierras comunales –iniciada por el Estado a fines del SXIX–, tendieron a consolidarse; esto se debió a que no se creó un mercado capitalista de tierras, sino que dicha política de expropiación favoreció la concentración territorial por parte de la hacienda, y por lo tanto la consolidación de esta y las instituciones en ella contenidas.
Parte de la mano de obra expulsada por este proceso se dirigió a los enclaves mineros estañíferos, desarrollados a fines del SXIX en función de la demanda internacional de ese mineral. Así, el estaño ocupó el primer lugar en las exportaciones de Bolivia durante esos años y gran parte del SXX. Este desarrollo económico trajo consigo un mejoramiento de la infraestructura y el crecimiento de algunas ciudades –como La Paz, Cochabamba y Oruro–. También se desarrollaron algunas pequeñas industrias urbanas, las cuales no obstante no llegaron a ser preponderantes en el sector secundario puesto que este seguía estando dominado por la producción artesanal.
Este “…proceso de modernización contradictoria…” (Lorini; 1994) repercutió sobre la estructura de clases, la cual estuvo definida hasta 1952 por la existencia de una oligarquía minera y latifundista (conocida como “la Rosca”); una clase media urbana en desarrollo; un importante sector artesanal; un proletariado incipiente (básicamente ligado a la minería) y una masa campesina mayoritaria.
Esta estructura económica tuvo como correlato la instauración de un Estado dominado exclusivamente por la oligarquía minera y latifundista. La sucesión de distintas corrientes (conservadores, liberales y republicanos) no repercutió en cambios en la vida política, pues todas ellas, aunque con diferencias, compartieron una idea común de Estado conservador y de participación política y ciudadana restringida.

Los inicios

Una característica particular de la inserción de Bolivia en el mercado mundial, es que, a diferencia de sus países vecinos, ese proceso no estuvo ligado a una masiva inmigración de fuerza de trabajo europea, sino que esta fue reclutada del medio local y en menor medida desde Chile. Esto repercutió en la forma en que las ideas anarquistas llegaron al país: de modo indirecto y en un período posterior al que lo hicieron en el resto de los países latinoamericanos. Las mismas arribaron a territorio boliviano en la primera década del SXX con la llegada de activistas argentinos –miembros de organizaciones como la FORA o “crotos”–, obreros chilenos que iban a trabajar a las minas y trabajadores salitreros bolivianos (“pampinos”) que volvían a repatriarse a su país (1).
Dicha difusión cristalizó tempranamente en la fundación en 1906 de la “Unión Obrera 1° de Mayo” de Tupiza. “Este sindicato, formado principalmente por artesanos, editaba el periódico La Aurora Social, y mantenía una biblioteca sociológica obrera, en la que figuraban textos clásicos como Proudhon, Reclus, Bakunin y Kropotkin…” (Lehm – Rivera Cusicanqui; 1988).
Con el transcurso de los años, la importancia del anarquismo entre los trabajadores artesanales fue en aumento. En 1912, se fundó la Federación Obrera Internacional (FOI). En ella se nuclearon sindicatos de artesanos y de trabajadores del sector terciario. Sobre su “composición ideológica”, existen distintas perspectivas. Para Barcelli (1976) y Lorini (1994) los anarquistas fueron dominantes dentro de la federación. En esa dirección Barcelli interpreta la utilización de la bandera roja y negra y la adopción de los acuerdos tomados en la 1° Internacional. Para Lora “ninguna doctrina sindical ni socialista se delinea en la Federación Obrera Internacional, sólo hay un afán sincero y honrado de renovación con algo de sentimiento de clase. (…) Resulta arbitrario todo esfuerzo por encasillar a la (…) [FOI] dentro de determinada escuela socialista” (Lora; 1969). Si bien es probable que al interior de la FOI convivieran varias corrientes políticas sin contornos muy definidos –lo cual debe entenderse en relación al contexto de incipiente desarrollo político e ideológico del movimiento obrero (2) boliviano–, la influencia anarquista fue preponderante.
Según Lora (1969), la FOI se abocó a establecer una amplia y avanzada legislación social (que contemplaba cuestiones como la jornada laboral de ocho horas, la regulación del trabajo femenino e infantil, la creación de una caja de ahorros para la vejez, etc.), considerada como el medio principal de emancipación social.
Estas limitaciones de sus reivindicaciones y de su accionar deben comprenderse a partir de la caracterización del contexto, señalada más arriba. Las actividades de la FOI decayeron progresivamente, al tiempo que los anarquistas dejaron de dominar la organización y los marxistas pasaron a tener mayor relevancia dentro de la misma.
En 1918, la FOI pasó a llamarse Federación Obrera del Trabajo (FOT), pues sus miembros consideraron que su nombre no se correspondía con una verdadera organización regional. A pesar del cambio, la nueva federación levantó las mismas reivindicaciones que la FOI y heredó su forma de accionar legalista. La FOT nucleó a un gran número de sindicatos de La Paz, proviniendo algunos de la experiencia de la FOI y habiéndose incorporados otros recientemente. Hasta mediados de la década del veinte, anarquistas y socialistas convivieron en la federación. Dicha convivencia puede verse reflejada en la ecléctica adopción de principios organizativos e ideológicos: entre ellos, el federalismo (3) y el apoliticismo (4) combinados con una concepción reformista de la toma del poder por la vía democrática. Ese eclecticismo también se evidenciaba en el contenido de “Bandera Roja”, órgano de difusión de la FOT.
En 1919 tuvo lugar una importante lucha en Huanuni, que determinó la conquista de la jornada de ocho horas para el distrito minero de Oruro. Para Cappelletti “fueron (…) los anarcosindicalistas quienes encabezaron en 1919 las luchas de los mineros de Huanuni…” (Cappelletti; 1990). Esta afirmación tan concluyente no es respaldada por otros autores (5). Lo que sí es probable es que hubiera algunos elementos anarquistas entre los trabajadores mineros, previamente influenciados por la propaganda libertaria que se intensificaba cada vez más. De hecho, a partir de ese momento y durante los años venideros se produjeron una serie de huelgas donde Barcelli (1976) y Cappelletti (1990) consignan la presencia de anarquistas: la huelga de telegrafistas en 1920, las huelgas de ferroviarios entre 1919 y 1921 y la huelga en la Compañía minera de Huanchaca.
Este ciclo de huelgas da cuenta de un aumento de la conflictividad social, lo cual determinaba la existencia de un terreno fértil para una aún mayor difusión del anarquismo. Rivera Cusicanqui y Lehm (1988) asocian correctamente este incremento de la agitación a la crisis mundial de precios de 1920-1921, la cual impactó negativamente en los sectores obreros y artesanales bolivianos.
Ese año (1919) fue fundada la Federación Obrera del Trabajo de Oruro. “En el aspecto organizativo el estatuto [de fundación de la FOT] se inclinaba hacia el federalismo anarquista (…) [y] (…) se alejaba de la política; esta actitud era consecuencia de la influencia anarquista…” (Lora; 1969). A partir de esa estructura de organización federativa se buscaba aunar en un solo nucleamiento a la gran cantidad de trabajadores artesanales junto con el incipiente proletariado minero e industrial existente. No obstante esta influencia organizativa del anarquismo, al igual que en la FOI y en la FOT paceña, primaba la creencia en que una legislación social progresiva podría emancipar a los trabajadores.
Esta “mezcla” de elementos libertarios y reformistas se combinó en la FOT orureña con un elemento importante de gremialismo de corte mutualista.
En suma, este período (1900 – 1920) estuvo signado por: a) una difusión muy importante de las ideas anarquistas, primero desde los países vecinos y luego hacia el interior de Bolivia (espacios urbanos y algunas regiones mineras); b) el arraigo de dicha doctrina sobre todo entre los trabajadores artesanales; c) difusión y arraigo que cristalizaron en el desarrollo de organizaciones obreras, las cuales antes que definirse abiertamente como anarquistas (tal como la FORA argentina en 1905), tomaron ciertos elementos de dicha ideología (principalmente el federalismo y el apoliticismo) y los conjugaron con el marxismo, el reformismo y gremialismo mutualista. Esta cuestión debe ser entendida en función del incipiente desarrollo político e ideológico del movimiento obrero boliviano; d) un incremento lento pero sostenido de la conflictividad social.

La maduración

El 4 de junio de 1923 se produjo la masacre de Uncía - Llallagua. La principal reivindicación de la Federación Obrera Central de Uncía tenía que ver con obtener el reconocimiento de la empresa y del Estado. El reclamo obrero determinó la militarización del pueblo y tras la movilización popular desencadenada por el apresamiento de dos dirigentes de la federación, el Ejército masacró e hirió a mineros, esposas e hijos de estos. Lejos de amedrentarlos, la represión hizo que se intensificara la huelga durante algunos días más. El desenlace de la misma fue sumamente desfavorable para los trabajadores: sumado a las víctimas de la represión –según la publicación anarquista de Argentina “La Antorcha” (5/10/1923) hubo cuarenta muertos y cien heridos–, no consiguieron lo que reclamaban y se dividió la federación en dos secciones (lo cual determinó su virtual disolución), a la vez que se confinó en lejanas regiones a sus “elementos más peligrosos”. Dicho conflicto constituyó el momento culminante de la serie de huelgas mencionadas más arriba y tal como sucedió en aquellos conflictos, había anarquistas entre los trabajadores organizados.
El período 1920 – 1927 estuvo signado por una gran difusión del anarquismo y una maduración de las ideas libertarias, lo cual cristalizó en dos hechos significativos: la formación de grupos de estudio y de El primero de los grupos propagandísticos en hacer su aparición fue el Centro Obrero Libertario. En él convivieron artesanos y obreros marxistas y anarquistas, predominando los últimos. Estos artesanos libertarios fueron el eje de nuevos grupos, tales como: el Centro Cultural Obrero “Despertar”, el Grupo Libertario “Redención” y el Grupo de Propaganda Libertaria “La Antorcha” (que supo ser el más influyente de La Paz). La propaganda estaba particularmente dirigida hacia los trabajadores, sindicatos y federaciones obreras; los métodos de difusión empleados eran las veladas libertarias, las conferencias y la distribución de periódicos o manifiestos. Para 1926, los núcleos de propaganda anarquista se habían multiplicado en La Paz (habiendo surgido la Agrupación Comunista Anárquica “Sembrando Ideas” y el Grupo “Brazo y Cerebro”) y se habían extendido geográficamente a otras regiones de Bolivia: así, encontramos en Oruro el Centro Obrero Internacional y en Sucre la escuela racionalista Ferrer y Guardia. Además, durante esos años se publicaron por vez primera el periódico “Tierra y Libertad” (Sucre) y “La Tea” (La Paz).
Entre los años 1924 y 1927 se organizaron cuatro importantes sindicatos anarquistas. Estos fueron: el Sindicato Central de Albañiles y Constructores (1924), la Unión de Trabajadores en Madera y la Federación de Artes Mecánicas y Ramas Similares (1925) y la Federación de Sastres y Ramas Similares (1927). Es importante precisar algunas de sus características más relevantes.
En primer lugar, los sindicatos estaban compuestos por trabajadores artesanales (6). Esta cuestión ya se había manifestado en los sindicatos y federaciones obreras previas y tenía que ver con las características de la formación económico-social boliviana, en particular la complejidad de la estructura y el incipiente desarrollo de un proletariado de tipo “moderno”. Estos artesanos poseían algunos rasgos similares a los del artesanado medieval, como ser: la existencia de una división entre maestros y aprendices, los cuales aprendían el oficio de los primeros; la importancia otorgada a la posesión de las herramientas de trabajo, a la pericia y por consiguiente a la calidad del trabajo (en función de lo cual desvalorizaban a la producción en serie) y la construcción de una identidad en común, dada por algunos símbolos visibles (como la ropa).
Una característica determinada por el carácter artesanal de los sindicatos fue la gran heterogeneidad existente dentro de los mismos, pues convivían en ellos tanto maestros y operarios (7) de los pequeños talleres artesanales, así como trabajadores (8) de las maestranzas.
Los artesanos, en un primer momento, se nuclearon en asociaciones mutuales, desde donde surgieron estos sindicatos anarquistas. Aquello que les permitió exigir demandas más bien “proletarias” a la vez que reivindicarse libertarios, tenía que ver con una identificación artesano – obrero, determinada por una multiplicidad de variables. Un factor importante de homologación estaba asociado con los abusos a los que los artesanos estaban sometidos (9). Por su parte, artesanos y obreros sufrían la misma humillación de los capitalistas (10), compartían la dignidad del trabajador (11), padecían las situaciones de crisis de igual manera (12) y los primeros conocían la situación económica de los segundos a partir de su propia experiencia (13). La lucha reivindicativa que desencadenaba esta identificación, llevaba a los maestros artesanos a movilizarse por demandas que incluso los perjudicaban materialmente, como la jornada laboral de ocho horas.
Uno de los asuntos que complejiza aún más la caracterización de estos sindicatos tiene que ver con el elemento étnico. Así, al gremio de los albañiles debe ubicárselo mucho más cerca del mundo indígena que a los carpinteros, mecánicos y sastres, los cuales en su mayoría eran “cholos”. Incluso, en ocasiones existían diferencias étnicas y culturales dentro del mismo gremio (como en el caso de los sastres). Así, “…los gremios artesanales de la ciudad de La Paz se insertaron en una cadena de relaciones de dominación colonial…” (Lehm – Rivera Cusicanqui; 1988) en función de la cual los trabajadores eran discriminados por la élite oligárquica tanto por su origen étnico, así como por el hecho que ejercían oficios manuales.
El aumento sostenido de la influencia de las ideas anarquistas (y también marxistas) entre los trabajadores bolivianos fue observado con preocupación por las autoridades estatales. En función de ello, dispusieron una represión sistemática sobre los sindicatos y las federaciones obreras.
Particularmente dicha represión recrudeció durante los festejos del Centenario de Bolivia, en 1925. Las víctimas de la misma fueron no solo los trabajadores “radicalizados”, sino también las personas indiferentes o que impugnaban dichos festejos. La celebración de tal acontecimiento y la represión sobre aquellos sectores demuestra la importancia atribuida por las clases dominantes y el Estado a la cuestión de la identidad nacional, en función de constituir un elemento constructor de consenso muy importante y por lo tanto apaciguador de la conflictividad social. Es importante señalar esto, ya que la interpelación a la “nacionalidad boliviana” será un recurso utilizado recurrentemente en la historia de ese país con el fin de disciplinar a los trabajadores y a sus organizaciones; por lo tanto, debe ser comprendido como un mecanismo más de represión.

En 1926 asumió la presidencia Siles, y la violencia estatal continuó estando a la orden del día. A principios de 1927 se produjo en Oruro, el Tercer Congreso Nacional de Trabajadores. En él se tocaron temas relacionados con la organización nacional de los trabajadores –creándose la Confederación Nacional de Trabajadores– y del proletariado femenino, a la vez que el problema indigenal. En el mismo, “la pugna entre anarquistas (…) y marxistas y socialistas (…) llegó a su punto culminante…” (Lehm – Rivera Cusicanqui; 1988), centrándose la discusión en la forma organizativa y los principios que debía adoptar la entidad sindical creada. Para Lora, las resoluciones tuvieron una “…indiscutible filiación marxista y [el documento donde se condensaron] puede ser considerado como un antecedente de la futura ‘Tesis de Pulacayo’” (Lora; 1970). No obstante, tal como plantean Rivera Cusicanqui y Lehm (1988), si bien no se puede hablar de una filiación ideológica “indiscutible”, hubo distintas resoluciones que tuvieron una impronta abiertamente anarquista: en particular, la organización federalista de la matriz sindical, la adopción del principio del apoliticismo y de la acción directa (14) como mecanismo principal de lucha.

El auge

En 1927 se fundó en La Paz la Federación Obrera Local (FOL), la cual “…orientó firmemente sus acciones en el marco de los principios doctrinarios y organizativos del sindicalismo libertario” (Lehm – Rivera Cusicanqui; 1988), esto es: el federalismo, el apoliticismo y la acción directa. La FOL fue fundada a instancias de la Unión de Trabajadores de la Madera, aglutinando inicialmente a la Federación de Artes Mecánicas y R.S., el Sindicato Central de Albañiles y Constructores, la Federación de Sastres y R.S. y la Unión de Trabajadores de la Zona Norte. El elemento artesanal dentro de la FOL fue preponderante, pero esto no excluyó la federación de sindicatos de obreros fabriles (como ser trabajadores de la cerveza, fósforos, cartones, textiles y matarifes).
Para Lora “las organizaciones de ácratas fueron, en gran medida, obra de extranjeros…” (Lora; 1970), comentario refutado por Rivera Cusicanqui y Lehm (1988) por considerarlo falaz. En realidad, la cuestión es más compleja. En muchos casos, las ideas anarquistas eran aprehendidas por los trabajadores en función de su situación de clase y las injusticias que les tocaban vivir, antes que por la influencia de sus compañeros de trabajo extranjeros (15). Con esto no se pretende desestimar la importancia que tuvo y continuaba teniendo la propaganda anarquista proveniente del exterior, sino dar cuenta de un proceso complejo donde interactuaba esta con las condiciones materiales de existencia y la experiencia de cada trabajador.
También en 1927 fue fundado el Sindicato Femenino de Oficios Varios, el cual se adhirió a la FOL. El sindicato estaba integrado por compañeras vinculadas a los militantes masculinos de la aquella federación, las cuales pertenecían a distintos gremios como el de culinarias, lavanderas, lecheras, floristas y vendedoras de mercados. Durante ese mismo año, conforme fueron organizándose las trabajadoras de estos distintos gremios, cambió su nombre al de Federación Obrera Femenina (FOF). Sus reivindicaciones, según Dibbits, Peredo, Volgger y Wadsworth (1989), tenían que ver con cuestiones específicas y puntuales, como ser: la construcción de mercados sectoriales y el rechazo a la institución colonial del “Maestro mayorazgo” (16).
Además de la cuestión sindical, la FOL desarrolló sus labores en una multiplicidad de campos de lucha. En cuanto a las actividades específicamente anarquistas, realizó propaganda y difusión a través de su publicación “Humanidad” y las veladas libertarias por ella organizadas; también realizó campañas de solidaridad por activistas ácratas presos en el exterior. En cuanto a las actividades que tenían que ver más con su inserción social, participó activamente en la conquista de la jornada laboral de ocho horas y buscó establecer vínculos con los dirigentes de revueltas indígenas acontecidas en el campo, a la vez que organizar espacios de apoyo para sus luchas.
Más allá de la real importancia que para los indígenas pudieron haber tenido estos contactos, es importante señalar su impacto en la reelaboración de la ideología anarquista por parte de los militantes folistas. Probablemente “…estos vínculos hubiesen reafirmado en algunos dirigentes anarquistas su comprensión de las reivindicaciones indias como un eje fundamental de las luchas emancipadoras del pueblo trabajador” (Lehm – Rivera Cusicanqui; 1988). Dicha cuestión determinó una temprana identificación (una “hermandad”) entre los trabajadores manuales de la ciudad y los indígenas del campo, en función su común pertenencia al grupo de los “parias” y su oposición a los “parásitos de la sociedad”: “¿Cuántos han quedado con vida? Nadie lo sabe. (…) ¡Oh, hermanos indígenas sobrevivientes de la horrorosa matanza [de Chayanta]! Lo sabremos, sí, cuando el momento de la revancha llegue, esto es, cuando la vida de los parásitos será cosa tan sin importancia como para ellos ha sido la vida de los parias” (La Antorcha; 2/9/1927).
Por todo esto se puede concluir que el anarquismo en Bolivia, si bien compartía los rasgos ideológicos fundamentales con aquella doctrina europea y occidental, desarrolló especificidades propias y fue resignificado en función de los elementos que lo rodeaban: en particular, la preponderancia del artesanado urbano en el movimiento obrero y la problemática indígena.
El crecimiento de la militancia anarquista se extendió a otras ciudades importantes de Bolivia. Así, en 1930 algunos libertarios reorganizaron a la FOT orureña, en función de que la antigua federación se había desorganizado. “La FOT anarquista resultó ser una organización masiva, fuertemente disciplinada, combativa y activísima” (Lora; 1970). Esta valoración positiva de las actividades de la FOT tiene que ver con: la gran labor organizativa llevada a cabo por sus miembros, quienes propiciaron la organización de nuevos sindicatos (de mineros, carpinteros, ferroviarios y vendedoras de mercados) –los cuales se adhirieron rápidamente a la FOT– y el sostenimiento de una publicación (denominada “El Proletario” y luego “La Protesta”).
El surgimiento y consolidación de las organizaciones ácratas y el creciente reclamo por demandas obreras generaron cierta preocupación entre las autoridades estatales, quienes apelaron nuevamente a la represión. “La oleada represiva se fue haciendo cada vez más dura, a medida que crecía el descontento popular por la agudización de la crisis económica” (Lehm – Rivera Cusicanqui; 1988). La crisis de 1930 tuvo serias repercusiones sobre la dependiente estructura económica, pues al caer abruptamente el precio internacional del estaño, se produjo una paralización de la economía. Esto tuvo como contraparte el crecimiento de la conflictividad social, la cual fue canalizada principalmente por las organizaciones anarquistas, intensificándose sus actividades y sus luchas y obteniendo así un rol protagónico dentro del movimiento obrero.
En 1930, en Oruro, se realizó el Cuarto Congreso Nacional de Trabajadores. El mismo estuvo dominado por los anarquistas, lo cual se explica en función de la importancia alcanzada por aquellos entre los artesanos y trabajadores. Ante esta situación los delegados marxistas y socialistas abandonaron el Congreso y desconocieron las resoluciones por él adoptadas. Esa mayoría ácrata repercutió en el contenido (netamente libertario) de la Declaración de Principios de la Confederación Nacional del Trabajo y en su transformación: la misma fue reorganizada según principios similares a los de la FORA argentina, cambió su nombre al de Confederación Obrera Regional Boliviana y fue afiliada a Asociación Continental Americana de Trabajadores anarquista.
Muy pronto, el nuevo gobierno del Gral. Blanco Galindo optó por utilizar la represión para disciplinar al conflictivo movimiento obrero, centrándose particularmente sobre los anarquistas. Así, se clausuró el local de la FOT orureña y se allanó el de la FOL, confinando a sus “dirigentes” a Todos Santos (en el Chapare) y se encarceló a las principales sindicalistas de la FOF. Para Lora “…la Confederación [Obrera Regional Boliviana] (…) no actuó porque inmediatamente vino la represión gubernamental a descabezar al equipo dirigente del anarquismo…”, (Lora; 1970) lo cual es desestimado por Rivera Cusicanqui y Lehm (1988), quienes consideran que el federalismo anarquista, al poner el acento en la organización desde las bases, permitía amortiguar los efectos de tales medidas represivas. Lo que es más, el destierro daba la posibilidad a los militantes anarquistas de difundir sus ideas en los lugares a donde estaban confinados (17). A su vez, durante este período, las actividades de los trabajadores continuaron desarrollándose. De hecho, en 1931 los anarquistas pasaron a la ofensiva y llevaron a cabo a acciones armadas contra blancos militares (18).
Ante esta situación de agitación que se intensificaba a pesar de la represión, las autoridades consideraron que los mecanismos represivos a su disposición eran insuficientes. Por ello, desde el gobierno de Salamanca –que asumió en 1931– se presentó al Congreso un proyecto de Ley de “Defensa Social”, en el que se cancelaban libertades y derechos de los trabajadores. Buscando frenar su sanción, la FOL y FOT de Oruro realizaron una alianza táctica con la FOT marxista. En esa dirección, realizaron conjuntamente mitines, manifestaciones públicas y propaganda, y así consiguieron detener la aprobación de la ley anti-obrera, en enero de 1932.
En el mismo sentido represivo debe leerse el conflicto bélico desatado ese año entre Bolivia y Paraguay. El efecto disciplinador de la Guerra del Chaco tenía que ver con que mancomunando a la población a partir de un sentimiento nacionalista y patriótico, las clases dominantes buscaban canalizar el desánimo generalizado a la vez que aislar de la sociedad a los revolucionarios que se oponían a la guerra. Debido a ello, y también al internacionalismo (19) y antibelicismo propio de los anarquistas, la FOL y FOT orureña se opusieron a la contienda, desarrollando una campaña antibélica, a la que también se sumó la FOT marxista. La represión cayó con dureza sobre aquellos que manifestaron públicamente su oposición a la guerra. Además, gran parte de los trabajadores desoyeron su predicamento, pues apoyaron masivamente la participación de Bolivia en el conflicto. En función de ello, el movimiento antibelicista fue decayendo en importancia conforme se desarrollaba la sangría boliviana y paraguaya en el Chaco Boreal.
Para Lora esta represión (iniciada a principios de los treinta) fue una de las causas determinantes de la “defunción” del anarquismo boliviano. Pero la violencia estatal, si bien determinó una merma de las actividades de los anarquistas, no implicó su desaparición, debido a que aquellos lograron amortiguar el impacto de la represión y continuaron movilizándose, a la vez que luego de dicho período –aunque con crecientes dificultades– prosiguieron con su labor revolucionaria.
En 1935 la Guerra del Chaco llegó a su fin. El desenlace fue desastroso para Bolivia: murieron 50.000 hombres (además de otro tanto de heridos y prisioneros) y perdió parte del territorio en disputa. Este resultado determinó el fracaso político de la élite oligárquica-liberal rosquera, en función de dos cuestiones. En primer lugar, la misma fue considerada por la población como culpable de la derrota. En segundo lugar, se quebró el modelo restringido de participación política y ciudadana sobre el que esta élite se sustentaba, puesto que quienes regresaron de la guerra, consideraron que su actuación en la misma les había otorgado la prerrogativa de reclamar por sus derechos ciudadanos, antes negados.
Este particular escenario político se conjugó con una penosa situación económica (signada por la inflación, la desocupación y el desabastecimiento), provocando una huelga general e insurrección popular durante el mes de mayo de 1936, en la que tuvieron una importante participación la FOT y la FOL. La insurrección del 36’ hizo tambalear el sistema de dominación, pero los trabajadores organizados no lograron concretar en la realidad su experiencia de lucha y su perspectiva revolucionaria. Así, la situación fue capitalizada por un movimiento de oficiales jóvenes y progresistas del Ejército, liderado por los coroneles Toro y Busch. Dicho movimiento encabezó un golpe de Estado contra el presidente Tejada Sorzano (que en 1934 había suplantado a Salamanca) y se hizo del poder, inaugurándose así el período del “socialismo militar”.
Una de las primeras medidas llevadas adelante por esta nueva élite gobernante tuvo que ver con la reorganización del sindicalismo, a partir de lo cual se buscaba ceñir su dependencia con el Estado. Así pues, se estableció la obligatoriedad de sindicalización de todos los trabajadores y se resolvió la creación de la Confederación Sindical de Trabajadores de Bolivia (CSTB), la cual estaría estrechamente asociada al poder estatal. Pese a la contradicción que implicaba este nuevo modelo sindical con el anarcosindicalismo, el mismo fue aceptado por muchos libertarios:
la FOT orureña hizo opción por participar conjuntamente con el nuevo gobierno, mientras que un importante número de cuadros de la FOL se asoció con la FOT marxista, dando surgimiento al Frente Único Sindical (FUS) luego estructurado en la CSTB.

La reorientación de las actividades

Para Rivera Cusicanqui y Lehm (1988) la Guerra del Chaco constituyó una bisagra en la historia del anarquismo boliviano. El surgimiento de un “sindicalismo dirigido” determinó una merma importante de sus actividades. Particularmente, en la FOL quedaron como únicos gremios afiliados el Sindicato de Trabajadores de la Curtiembre “El Inca” y la Unión de Trabajadores en Madera. A su vez, en 1937 se dictó un Decreto Ley que ilegalizaba a las organizaciones comunistas y anarquistas, vedando de ese modo la actividad de la FOL.
No obstante, estas cuestiones no determinaron el ocaso de la experiencia libertaria boliviana, tal como se interpreta del estudio de Lora (1980). En realidad, las actividades anarquistas se reorientaron en dos sentidos. En primer lugar, desde mediados de la década del treinta hasta los cincuenta, la reorganizada FOF se convirtió en el puntal de la FOL y del anarquismo militante. En segundo lugar, a mediados de la década del cuarenta el anarquismo logró revitalizarse con el surgimiento de la Federación Agraria Departamental.
Los sindicatos femeninos no sufrieron las mismas vicisitudes que los masculinos luego de la guerra, sino que encontraron en ese período un momento propicio para la reorganización y el aumento de sus luchas. El primer sindicato en organizarse fue la Unión Sindical de Culinarias, en 1935, buscando revertir la prohibición de viajar en tren “por las molestias que con sus canastas ocasionaban a las señoras de la alta sociedad”. En 1936 se fundó la Unión Femenina de Floristas; ellas exigían a las autoridades la construcción de un nuevo mercado, debido a que su antiguo lugar de trabajo había sido arrasado por el desborde de un río. “El carácter tan concreto de las demandas de estos sindicatos y el gran arraigo de base que consiguieron (…), permitió que este impulso organizativo se extendiera [entre 1938 y 1940] hacia otros sectores, principalmente de vendedoras de distintos productos en los mercados callejeros de la ciudad, quienes se unieron en torno a la tan sentida demanda de mercados municipales” (Lehm – Rivera Cusicanqui; 1988). Estos sindicatos estuvieron adheridos a la FOL hasta 1939, año en el que pasaron a integrar la reorganizada FOF. A fines de los cuarenta se formó y nucleó en su seno, el Sindicato de Viajeras al Altiplano. Este aglutinaba a mujeres que compraban y vendían productos en la frontera del Perú (léase contrabandistas), que estaban sometidas a los abusos de las autoridades aduaneras.
Así como los motivos que determinaron la fundación de estos sindicatos tenían que ver con cuestiones muy puntuales, las demandas y acciones de cada uno de ellos fueron formuladas en la misma dirección. Principalmente, la lucha de las culinarias, floristas, recoveras y viajeras estuvo dirigida contra las exigencias arbitrarias, vejámenes y abusos propiciados por las autoridades estatales: la policía, las Maestras Mayores y las autoridades aduaneras. A su vez, exigieron la construcción de nuevos mercados y se pronunciaron contra el aumento de los precios de determinados bienes (productos de primera necesidad) y servicios (el pasaje de tren). Otra cuestión presente en las reivindicaciones de las trabajadoras tenía que ver con el respeto de su profesión, puesto que consideraban sus actividades como un verdadero servicio a la comunidad. “Además de las reivindicaciones económicas y laborales, las mujeres de la FOF expresaron también reivindicaciones directamente ligadas con su condición de mujeres, madres y compañeras o esposas” (Dibbits – Peredo – Volgger – Wadsworth; 1989), tales como la construcción de guarderías, el derecho al divorcio y la igualdad legal entre hijos legítimos e hijos naturales.
Más allá que estas demandas y acciones tenían que ver con la defensa de los intereses particulares de las mujeres trabajadoras nucleadas en la FOF, las mismas nunca perdieron de vista su perspectiva revolucionaria y por ello sus reivindicaciones estuvieron articuladas en relación a un cambio estructural de la sociedad. Así, la lucha contra los abusos de las autoridades se traducía en una perspectiva antiestatista, cuestión que las vinculaba al anarquismo; también los principios ácratas del federalismo y la horizontalidad calaron hondo en ellas.
Estas cuestiones, sumadas al hecho que entre 1939 y 1945 la FOL estuvo sumida en un “letargo”, determinaron que la FOF fuera el sostén de la FOL. Por eso, las actividades desplegadas por los sindicatos femeninos constituyeron el eje del sindicalismo libertario hasta 1946.
A partir de ese año se produjo una revitalización de la FOL, dada por el surgimiento de la Federación Agraria Departamental (FAD). Dicho suceso debe inscribirse en el contexto de gran agitación rural desplegada luego de producido el Primer Congreso Indigenal de La Paz en 1945(20). La FAD surgió en diciembre de 1946 a partir de la reunión de distintos sindicatos campesinos del Altiplano; miembros de la FOL tuvieron un activo rol en la formación de algunos de estos. Así, su relación con la FOL fue muy estrecha: luego de su fundación, la FAD entabló un “pacto solidario” con la primera y ambas federaciones –junto con la FOF– marcharon juntas el 1° de Mayo. “La FAD se propuso luchar por las siguientes reivindicaciones: 1) libertad de organización y respeto a las garantías que otorga la ley; 2) abolición del pongueaje en ‘toda su amplitud’; 3) impedir que los colonos sean echados de las fincas por represalias patronales contra la organización agraria; 4) creación de escuelas indigenales en todas las fincas, cuyos gastos sufragarían los patrones y el Estado; 5) inalienabilidad del domicilio; 6) libertad a los presos campesinos y que no se los trate como a ‘vulgares delincuentes’” (Lehm – Rivera Cusicanqui; 1988).
En 1947 se produjeron una serie de levantamientos campesinos en el Altiplano. Las sublevaciones de Caquiaviri y Tananoca (áreas de influencia de la FAD y la FOL) se caracterizaron por un alto grado de violencia y por una masiva participación indígena.
La represión estatal, de gran magnitud, no se hizo esperar: la misma fue aplicada tanto sobre los indígenas, así como sobre los folistas involucrados con su causa. Los primeros fueron confinados en el Ichilo (en la Selva Oriental), mientras que los segundos fueron encarcelados en La Paz.

El ocaso

Hacia 1947, la FOL nucleaba diversos sindicatos(21); es decir, había logrado superar el letargo que había atravesado el pasado lustro, aunque su vitalidad era incomparablemente menor a la que otrora alcanzó. En función de ello, cada golpe que a partir de entonces la FOL hubo de sufrir, fue mortal: entre ellos, la liquidación de la FAD y la represión que padeció sostenidamente hasta 1951 y que –a diferencia de los treinta– no consiguió amortiguar. Esta brutal represión se conjugó con otros elementos, y juntos determinaron el fin de la experiencia anarquista boliviana.
En 1952, la situación política hubo de estallar. En mayo de 1951, el Movimiento Nacionalista Revolucionario (MNR)(22) ganó las elecciones, pero su resultado fue impugnado por un Golpe de Estado. Vedada la salida electoral, el 9 de abril de ese 1952 se produjo una insurrección popular, de la que tomaron parte principalmente obreros mineros, campesinos, “pobres urbanos” y sectores medios nucleados en el MNR. También miembros de los sindicatos anarquistas que todavía se mantenían en pie, participaron de las luchas callejeras. El fin del levantamiento tuvo como resultado la toma del poder por parte del MNR y la disolución del ejército reaccionario.
La reorganización estatal dio inicio a un nuevo proceso de cooptación y manipulación sindical, en tanto que la recientemente creada Central Obrera Boliviana (COB) –que se constituyó en el órgano de cogobierno del MNR– buscó (y de hecho consiguió) aglutinar a la totalidad de los sindicatos existentes. Frente a esto, los sindicatos adheridos a la FOL tuvieron dos opciones: desaparecer o afiliarse a la COB. La cooptación afectó a todos los sindicatos libertarios por en el tiempo que le tomó a cada uno integrarse a las estructuras sindicales del Estado. Los sindicatos masculinos así como los campesinos, debilitados por la represión, fueron inmediatamente absorbidos por la COB y la FOL se disolvió meses después del advenimiento de la revolución. Mientras tanto, los sindicatos femeninos y la FOF se mantuvieron en pie durante algún tiempo más. Pero las distintas dinámicas de organización sindical plasmadas en la COB y la FOF, y la afiliación de esta a la Confederación Sindical de Trabajadores Gremiales (creada en 1955) determinaron la desaparición definitiva de la mayoría de sindicatos de recoveras.
Otro de los factores influyentes en el ocaso de los sindicatos libertarios, tuvo que ver con el proceso de creciente desvalorización y desplazamiento del trabajo artesanal. Esto se debió a tres cuestiones. La primera de ellas debe comprenderse en función del proceso de industrialización (acelerado a partir de la década del treinta), cuya producción barata y en serie desplazó el trabajo calificado artesanal. Por su parte, la revolución de 1952 contribuyó a este proceso, en un doble sentido. Por un lado, la vieja oligarquía dejó de tener sus anteriores prerrogativas sociopolíticas y por ello revirtió sus hábitos de consumo, contrayéndose la demanda de bienes antes producidos por los artesanos. Por el otro, luego del proceso del 52’ (particularmente a partir de la reforma agraria de 1953) muchos migrantes indígenas hubieron de arribar a las ciudades desde el agro. Los mismos, en función de sus urgencias económicas, se emplearon por sueldos más bajos de los que percibían los artesanos y así ocuparon sus anteriores puestos de trabajo.
Todos estos factores se conjugaron para determinar el ocaso de una rica e importante experiencia de lucha, llevada adelante por los artesanos y trabajadores libertarios de Bolivia.

A modo de conclusión

Habiendo recorrido la experiencia anarquista boliviana, es posible arribar a algunas conclusiones.
En primer lugar, hemos podido comprobar que los libertarios tuvieron un rol, dentro del movimiento obrero boliviano, de gran trascendencia en muchos niveles. La importancia de aquellos en el movimiento obrero boliviano varió con el tiempo, acorde a las circunstancias políticas, económicas y sociales de Bolivia. En la primera y segunda década del pasado siglo la propaganda anarquista fue muy intensa, influenciando organizativa y políticamente a los primeros nucleamientos sindicales. A partir de 1920, se inició un período de maduración que desembocó en la organización de centros de propaganda, sindicatos y federaciones anarquistas, llegando los libertarios a finales de ese decenio a preponderar en el medio obrero. La represión estatal administrada a principios de los treinta y sobre todo la Guerra del Chaco, cumplieron –en parte– su objetivo: para los anarquistas se iniciaba una tendencia regresiva que no podría ser revertida. No obstante, estos episodios no significaron la “defunción” del anarquismo, puesto que en función de su fuerza y organización previa, los libertarios lograron reorientar sus actividades y así seguir constituyendo una importante corriente en el movimiento obrero-campesino. Paradójicamente fue un proceso revolucionario el que atestó el golpe final contra los anarquistas; ello se debía a las distintas formas sindicales y perspectivas revolucionarias planteadas, por un lado, en el anarquismo y, por el otro, en el nacionalismo de izquierda contenido en el MNR.
En segundo lugar, hemos intentado dar cuenta a lo largo del trabajo, que el anarquismo en Bolivia si bien siguió los principales lineamientos de esta doctrina surgida durante el SXIX en Europa, fue resignificado en función de las características propias de aquel país y de la experiencia cotidiana de los trabajadores y las trabajadoras. Así, las ideas libertarias estuvieron encarnadas en artesanos calificados y cholas cocineras o vendedoras callejeras; a la vez que fueron influenciadas y reelaboradas a partir de cuestiones y reivindicaciones propiamente indígenas. Enfocaremos en este particular eje en los próximos números de esta publicación, puesto que –como señalamos al principio– constituye un buen punto de partida para comenzar a repensar el anarquismo desde América Latina.
Queda como una tarea pendiente poder desentrañar cuál fue la influencia de los anarquistas en el proceso revolucionario de 1952. Si bien dicho proceso significó el ocaso del movimiento libertario, se podría aventurar que la combatividad y la radicalidad de los planteos ácratas pudieron haber influido positivamente en el imaginario de los trabajadores y campesinos protagonistas de las jornadas de lucha de abril del 52’. Permanece abierta la cuestión para futuras investigaciones.

NOTAS

(1) “En la maestranza habían maestros de diferente nacionalidad. Habían caldereros argentinos, horneros peruanos y chilenos, habían ecuatorianos, de todas las nacionalidades había en la maestranza, en la fundición también. (…) Cuando uno reclamaba individualmente en la oficina [por los abusos de los patrones y las condiciones de trabajo], no había respuesta, entonces ya tenían conocimiento los compañeros del exterior y decían: –Hay que formar un sindicato.” Entrevista a Santiago Ordoñez, Cochabamba, 17-VIII-1986 y 21-I-1987 (Lehm – Rivera Cusicanqui; 1988). Es necesario tener en cuenta que la fundación del Sindicato de Mecánicos se dio en 1925. Así, se evidencia en las palabras de Ordoñez que la difusión del anarquismo en Bolivia no se dio de una vez y para siempre durante la primer década del SXX, sino que fue un desarrollo histórico de más larga duración que abarcó las primeras tres décadas de aquel siglo, aunque lógicamente tuvo su cénit durante la primera de ellas.
(2) El sentido que adquiere en este trabajo la expresión “movimiento obrero” debe comprenderse en función de la estructura económica boliviana y el ordenamiento de clases por ella determinada. La economía de enclave, basada en la monoproducción de estaño, determinó el surgimiento de un incipiente proletariado de tipo “moderno” y la pervivencia de un importante sector artesanal en las ciudades. Así, al referirnos a “movimiento obrero”, estaremos incluyendo dentro de esta categoría tanto a los obreros mineros como a los artesanos urbanos.
(3) En oposición a la lógica verticalista del centralismo democrático marxista, el anarquismo propone la necesidad de una organización horizontal y federalista, es decir, la organización desde las bases hasta los estratos superiores de la sociedad (de “abajo hacia arriba”). Su vertiente sindical –el anarcosindicalismo– posee un funcionamiento interno basado en los mismos principios, planteando como fundamental la participación igualitaria de todos los trabajadores (horizontalidad), en el sentido que todos tienen igual derecho a opinar, hacer propuestas y votar las acciones del sindicato.
Los delegados y secretarios de los sindicatos solo obedecen al mandato de las bases (federalismo) –en oposición a otras formas de sindicalismo en donde el secretariado define las acciones de las bases–, y cualquier desvío se traduce en su revocación e inmediato reemplazo.
(4) Otro de los principios constitutivos del anarcosindicalismo es el apoliticismo. En tanto que la clase obrera participa ella misma en la búsqueda de concretar sus intereses y reivindicaciones (tal como se planteó en la 1° Internacional: “la emancipación de los trabajadores será obra de los trabajadores mismos”), no apoya ni permite alianzas con ningún partido político, sea este de izquierda o de derecha. Para los anarquistas, los “políticos” e intelectuales son elementos ajenos a la clase trabajadora, los cuales tienden a manipular a los sindicatos en función de sus propios intereses.
(5) Ver Barcelli, Agustín (1976). Medio siglo de luchas sindicales revolucionarias en Bolivia (1905-1955). La Paz: Editorial del Estado y Lora, Guillermo (1970). Historia del Movimiento Obrero Boliviano, Tomo III. La Paz: Editorial Los Amigos del Libro.
(6) La categoría de “trabajador artesanal” o “artesano” (definida a continuación), engloba tanto a los “maestros artesanos” como a los “operarios” o “aprendices”.
(7) Entendemos por “maestros artesanos” a aquellos trabajadores artesanales, dueños de un pequeño taller, en el que eran empleados “operarios” (o “aprendices”). Estos, aprendían el oficio de los primeros y eventualmente (si las condiciones económicas se lo permitían) abrían su propio taller. Esta categorización es posible verla con claridad en el gremio de los sastres, aunque aparece también en el caso de los albañiles y los carpinteros.
(8) Tomado la definición marxista, entendemos por “trabajador”, “obrero” o “proletario” a aquel sector de la sociedad, obligado por sus condiciones materiales de existencia (la no posesión de los medios de producción) a vender su fuerza de trabajo al sector poseedor de aquellos, es decir, a los capitalistas. En este sentido, la diferencia esencial entre un “artesano” y un “trabajador”, “obrero” o “proletario” reside en la posesión o no de los medios de producción, lo cual determina la compulsión económica del trabajador a vender en el mercado la mercancía fuerza de trabajo. En el caso particular de Bolivia, teniendo en cuenta la caracterización de su formación económico – social, se puede encontrar a este sector en las minas, en las pequeñas industrias urbanas y en las maestranzas.
(9) Por eso, los miembros del Sindicato Central de Albañiles, procedieron en un primer momento (durante la entrevista) a autodenominarse ‘maestros’ (“…como La Paz era chiquita, los maestros nos conocíamos nomás (…). Los buenos maestros éramos contados…”), y luego, al hablar de los abusos a los que diariamente estaban sometidos, pasaron a referirse a ellos mismos como ‘obreros’ (“los señores gamonales de aquella época siempre eran abusivos con los obreros, en cada casa que se entraba a trabajar, lo que los dueños querían nos pagaban (…), no había a quien quejarse (…). Había que trabajar de seis a seis y más antes, de seis de la mañana a ocho de la noche. (…) No había cemento, se trabajaba con cal y nuestras manos se partían, y así teníamos que trabajar. Todos éramos como asalariados, jornaleros, no nos dejaban descansar ni horas completas, nos hacían perseguir con capataces…”). Entrevistas colectivas al Sindicato Central de Constructores, La Paz, 17-II-1986; 12-III-1986; 18-III-1986 y 25-IV-1986 (Lehm – Rivera Cusicanqui; 1988).
(10) “…Tanto obreros como artesanos están confundidos por la prepotencia del que tiene dinero, y esa humillación es la que hace precisamente que estén unidos, por su dignidad misma, porque se creen tan capaces como aquel que tiene dinero y dirige…” Entrevistas colectivas (JC, MM, JN, TP, LR), La Paz, 12-VI-1986; 28-VI-1986; 18-X-1986; 26-XI-1986; 14-II-1987; 14-III-1987; 28-III-1987; 22-IV-1987 y 22-VII-1987 (Lehm – Rivera Cusicanqui; 1988).
(11) “…Por eso luchan [artesanos y obreros]… Por la dignidad del que trabaja.” Ibídem.
(12) “Al artesano, por lo general, se le presentan momentos oportunos en que puede ganarse, que le puede rendir bien y hay momentos en que le ha dejado de rendir su trabajo, y entonces está sujeto a la misma contingencia del operario.” Ibídem.
(13) “Ese artesano (…) sabe que lo que gana el operario no le alcanza, eso lo sabe en carne propia; porque el maestrito, hasta hacerse maestrito, también ha salido de ahí para ser maestro.” Ibídem.
(14) Para los anarquistas, la acción directa (que comprende: sabotajes, atentados, rebeliones, alzamientos populares, huelgas generales, etc.) constituye la principal vía para alcanzar su horizonte revolucionario; por ello, en función de su impronta antiestatista, el voto o la participación electoral no es de ningún modo viable.
(15) “… ¿Qué creerá la gente tonta?: – ¡No hay que meterse con éstos [anarquistas argentinos], son peligrosos! Te van a hablar de las ideas libertarias, te van a decir que vas a hacer esto, o esto (…) – ¡No! Solamente el hombre adquiere esas ideas porque son para él posibles de conocer (…) En mi caso, a mí nadie me ha enseñado, yo he aprendido del trabajo, con los compañeros obreros, con los maestros. Pasaba una y otra injusticia y ellos empezaban a discutir en el trabajo” Entrevista a Santiago Ordoñez, Op. Cit.
(16) En todos los mercados, la Maestra mayor hacía las veces de intermediadora entre las autoridades y las vendedoras, a partir de lo cual perjudicaba a estas últimas.
(17) “…No se da cuenta el gobierno, el estado, los agentes del capitalismo que están mandando gente de cultura revolucionaria (…) que llevan las ideas a donde ni siquiera saben leer ni escribir. [Por eso] (…) el gobierno mismo se está encargando para hacer propaganda revolucionaria donde ni siquiera leen los periódicos.” Entrevista a Teodoro Peñaloza, La Paz, 16-VIII-1986 (Lehm – Rivera Cusicanqui; 1988).
(18) “…Una red de activistas (…) desató una ola de explosiones y tiroteos cerca del cuartel de Miraflores y otras zonas de La Paz, en una confusa y oscura acción durante la noche del 11 de febrero [de 1931]. Este acto subversivo fracasó y hubieron varios detenidos, pero la conspiración continuó desarrollándose subterráneamente: la madrugada del 11 de septiembre miembros armados de la FOL, utilizando un automóvil, intentaron asaltar el cuartel de Miraflores con la ayuda de una parte del regimiento Colorados que se amotinó (…). El cuartel fue convulsionado por los conscriptos rebeldes quienes después de ocasionar la muerte de un subteniente se lanzaron al ataque de la comisaría seccional de la policía de Miraflores. (…) Otra vez el resultado de la acción fue la detención de varias personas…” (Rodríguez García; 2006)
(19) El anarquismo es una doctrina internacionalista, en el sentido que considera que los trabajadores de todo el mundo sufren iguales condiciones de explotación y por lo tanto deben unirse en sus luchas. Las fronteras nacionales son planteadas por dicha doctrina como una creación arbitraria de la burguesía para mantener a los trabajadores sojuzgados. Por eso, la revolución social, antes que ser nacional, debe comprenderse como un proceso de la clase obrera mundial.
(20) En él, el Presidente Gualberto Villarroel decretó la abolición del ponguaje, mitanaje y colonato, dejando intacta la cuestión de la redistribución de la tierra a los indígenas.
(21) La Federación de Inquilinos; la Unión Sindical de Trabajadores de Madera; el Sindicato de Trabajadores Christian Nielsen; los sindicatos de trabajadores en cuero (de Curtiembre “El Inca”), mosaico y mármoles y de hospitales; la FAD y la FOL, que contaban ellas mismas con numerosos sindicatos.
(22) El MNR se formó en la década del cuarenta. Ideológicamente se lo puede definir como un “nacionalismo de izquierda”. Durante esa década, fue ganando influencia entre los sectores medios y gran parte de los trabajadores mineros y campesinos, como consecuencia de la rotura del modelo oligárquico-liberal de participación política y ciudadana en el período de posguerra.

Bibliografía consultada:
Barcelli, Agustín
(1976). Medio siglo de luchas sindicales revolucionarias en Bolivia (1905-1955). La Paz: Editorial del Estado.
Cappelletti, Angel (1990). “El anarconsindicalismo en Bolivia”. En Hechos y figuras del Anarquismo Hispanoamericano (138 páginas). Madrid: Ediciones Madre Tierra.
Dibbits, Ineke; Peredo, Elizabeth; Volgger, Ruth; Wadsworth, Cecilia (1989). Polleras libertarias. Federación Obrera Femenina (1927 – 1965). La Paz: Tahipamu/Hisbol.
Lehm, Zulema; Rivera Cusicanqui, Silvia (1988). Los artesanos libertarios y la ética del trabajo. La Paz: Ediciones del THOA.
Lora, Guillermo (1969). Historia del Movimiento Obrero Boliviano, Tomo II. La Paz: Editorial Los Amigos del Libro.
Lora, Guillermo (1970). Historia del Movimiento Obrero Boliviano, Tomo III. La Paz: Editorial Los Amigos del Libro.
Lora, Guillermo (1980). Historia del Movimiento Obrero Boliviano, Tomo IV. La Paz: Editorial Los Amigos del Libro.
Lorini, Irma (1994). El movimiento socialista “embrionario” en Bolivia 1920-1939. Entre nuevas ideas y residuos de la sociedad tradicional. La Paz: Editorial Los Amigos del Libro.
Mires, Fernando (2005). La rebelión permanente. México: Siglo XXI.
Rodríguez García, Huáscar (2006). El anarcosindicalismo en el movimiento obrero boliviano (1912 – 1964). Disertación no publicada. Universidad Mayor de San Simón. Cochabamba.

Fuentes:
-Entrevistas extraídas de Lehm, Zulema; Rivera Cusicanqui, Silvia (1988). Los artesanos libertarios y la ética del trabajo. La Paz: Ediciones del THOA.
Entrevista a Santiago Ordoñez, Cochabamba, 17-VIII-1986 y 21-I-1987.
Entrevista a Max Mendoza, La Paz, 13-VIII-1986.
Entrevista a José Clavijo, La Paz, 4-XII-1985; 16-XII-1985; 2-I-1986; 2-V-1987 y 23-V-1987.
Entrevista a Teodoro Peñaloza, La Paz, 16-VIII-1986.
Entrevista a Petronila Infantes, La Paz, 4-X-1985.
Entrevistas a José Clavijo, La Paz, 11-III-1986 y 2-V-1987 y Desiderio Osuna, La Paz, 5-X-1985 y 2-XII-1985.
Entrevistas colectivas al Sindicato Central de Constructores, La Paz, 17-II-1986; 12-III-1986; 18III-1986 y 25-IV-1986.
Entrevistas colectivas a José Clavijo, Max Mendoza, Juan Dios de Nieto, Teodoro Peñaloza, Lisandro Rodas, La Paz, 29-X-1986; 14-III-1987; 28-III-1987 y 22-IV-1987.
Entrevistas colectivas (JC, MM, JN, TP, LR), La Paz, 12-VI-1986; 28-VI-1986; 18-X-1986; 26-XI1986; 14-II-1987; 14-III-1987; 28-III-1987; 22-IV-1987 y 22-VII.1987.
- Notas extraídas de la publicación anarquista “La Antorcha”, Buenos Aires, Argentina.
“La represión en América. La tragedia de Uncía”, publicación anarquista “La Antorcha”, N°100, 5 de octubre de 1923, Buenos Aires, Argentina.
“La tragedia de Uncía. Manifiesto al proletariado de Bolivia”, publicación anarquista “La Antorcha”, N°136, 20 de junio de 1924, Buenos Aires, Argentina.
“Bolivia. La celebración de su Centenario. Prisiones, deportaciones y clausura de escuelas”, publicación anarquista “La Antorcha”, Nº 175, 28 de Agosto de 1925, Buenos Aires, Argentina.
“De la ‘Tiranía’ de Saavedra a la ‘Democracia’ de Siles. El terror continúa”, publicación anarquista
“La Antorcha”, Nº 221, 6 de Septiembre de 1926, Buenos Aires, Argentina.
Publicación anarquista “La Antorcha”, Nº 228, 3 de Diciembre de 1926, Buenos Aires, Argentina. “El movimiento de los indígenas”, publicación anarquista “La Antorcha”, Nº 251, 2 de Septiembre de 1927, Buenos Aires, Argentina.

Autora: Ivanna Margarucciivannita77@hotmail.com

Publicado en: (de)Construir - Pensmiento Libertario Periférico, N°1, Buenos Aires.

 

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