Dentro, fuera, dentro...: Acercamiento a una realidad silenciada
Basta mirar un poco a nuestro alrededor para comprobar que nuestra cotidianidad se encuentra regida por el chantaje del castigo. Consciente e inconscientemente obedecemos las normas que se imponen en sociedad sin apenas cuestionarlas. Esta manera de actuar responde en ocasiones a una estrategia de supervivencia dentro del complejo de las sociedades hiperindividualizadas. Parece que la resolución de problemas de manera colectiva ya no existe como tal, ahora confiamos en agentes externos que ejecutan las decisiones que nosotros/as deberíamos tomar. Así, se nos presenta un panorama social donde la justicia viene aplicada desde los mismos agentes cuyos métodos parecen incuestionables. Este puede ser el problema de la cárcel, así como de otras instituciones actualmente vigentes. La policía, la cárcel y la existencia de códigos penales tienen solo 200 años. Esto es importante porque durante siglos hemos vivido sin estos tres elementos y, sin embargo, nos cuesta pensar una sociedad que carezca de policía o de cárceles (¿Qué hacer con los delincuentes? ¿Cómo frenarlos? ¿Cómo mantener la sociedad?), lo que da una muestra de la fuerza que tienen estas instituciones en las sociedades contemporáneas [1].
Los límites físicos, entre otros, se han utilizado a lo largo de la historia como mecanismo de castigo para frenar la delincuencia o pagar por los delitos. Hoy en día esos límites continúan existiendo, mas su alcance se extrema y a la vez se difumina entre otras prácticas y métodos que ya no solo atañen a aquéllos/as que incumplen las leyes. La constitución de la cárcel –tal como la conocemos hoy- coincide con el surgimiento de los psiquiátricos y los hospicios. El trasfondo de su creación permanece hasta nuestros días, a pesar de los supuestos avances “democratizadores”. Estas instituciones continúan siendo los dispositivos para erradicar, o por lo menos aislar, aquello que no encaja con la “normalidad” imperante. Es decir, lo esencial en nuestras “sociedades democráticas” es apartar de nuestra vista todo aquello que pueda herir la falsa estabilidad del sistema: los/as infractores/as, los/as locos/as, los/as inmigrantes, los/as pobres, o todo/a aquel/aquellas que infrinja los dictámenes por los motivos que sea. Así, nos encontramos con un panorama donde las prisiones, los centros de menores, los CIEs (Centro de Internamiento de Extranjeros) y la psiquiatrización bajo condiciones carcelarias, se enarbolan como salvación. Por tanto, el encierro forzado se nos presenta como la principal solución a los conflictos sociales, conflictos que en realidad responden únicamente a las quiebras que presenta un sistema supuestamente incorruptible. Basta con observar la población reclusa para darse cuenta de la finalidad de estos organismos. La reinserción que predican estas instituciones sólo es un pretexto para el mantenimiento de las mismas. Por otro lado, su funcionamiento sólo demuestra la incapacidad del sistema para resolver los problemas de una manera colectiva y efectiva, y que penaliza las situaciones de miseria, generadas por las deficiencias de la misma estructura socio-económica. Tanto las cárceles como los centros de menores son parches para tapar las diferencias existentes, para ocultar la miseria que genera el sistema y así conseguir un clima social lo más pacificado y ausente de conflicto.
La naturalización o la aceptación generalizada de las prácticas que describimos, permite el fortalecimiento de las mismas, algo de lo cual, el Estado y el capital están extrayendo enormes beneficios tanto monetarios como de otro tipo. En el plano económico, la privatización de las cárceles y de los centros de menores arrojan enormes dividendos para empresas preocupadas únicamente de su crecimiento económico, algo que despersonaliza a los individuos y los convierte en potenciales mercancías de las cuales extraer rentabilidad; pero que los/as presos/as comiencen a ser sus propios/as carceleros/as, por ejemplo, es un gran logro para la institución y permite la elaboración de estrategias de control que van más allá de los muros de las prisiones. Es decir, el beneplácito que otorgamos a estos organismos y métodos provoca su extensión a esferas más públicas, a la calle por ejemplo, que poco a poco comienza a plagarse de cámaras de videovigilancia al estilo de la obra 1984 de Orwell.
Como vemos, el control se extiende enormemente hacia el ámbito social, en el cual, gracias a las avanzadas tecnologías se facilita la labor investigadora y represiva de los estados, ansiosos por erradicar cualquier disidencia o deformación. La libertad de la era tecnológica (móvil, Internet, etc) se vuelve contraproducente cuando caminas por la calle siendo vigilando, escuchado y con miedo. De esta manera, este miedo infundido por la observación, nos convierte en policías de nuestros semejantes, nos atomiza y nos enfrenta, algo que precisamente va en contra de nuestra naturaleza social.
La sociedad así, se nos desvela como algo fragmentado y cuya ética viene determinada por la preocupación propia. Por ello es imprescindible no sólo cuestionar aquellos instrumentos encargados de aplicar el control, sino también plantear nuestras relaciones con el entorno más allá de las pautas prefijadas y teniendo una especial atención en nuestro quehacer diario, algo que está íntimamente relacionado con las condiciones de existencia que se nos acaban imponiendo. De este modo, también la meditación sobre los límites de la comunidad moral toma un cariz muy importante con respecto a nuestros semejantes y con respecto a quienes no lo son tanto: no podemos olvidarnos tampoco del resto de animales, seres asintientes a los cuales no podemos excluir de nuestra reflexión sobre las condiciones de existencia, unas condiciones mermadas por intereses mercantiles y dominadores. De la misma manera que nosotros/as, los animales sufren el encierro y la explotación. La diferencia es que éstos factores no vienen seleccionados por ellos sino por nuestra actividad, y en ese sentido, su vida depende exclusivamente del designio humano. Hemos convertido a los animales en meros recursos con los que comerciamos, nos entretenemos, experimentamos o nos alimentamos. Hay que empezar a cuestionar los criterios en los que nos basamos para proceder a la explotación de los animales, dejar de lado esa visión antropocentrista que está destruyendo el planeta y empezar a considerar al resto de los animales como lo que son: seres sintientes con el mismo interés que los animales humanos en desarrollar sus funciones vitales, vivir su vida con automía y en libertad sin padecer sufrimiento, sin ser oprimidos/as, ni esclavizados/as por nadie.
La reflexión que aquí presentamos pretende ser un aporte para el debate sobre el ‘encierro’ en nuestras sociedades. Todo lo que introducimos se entrelaza con nuestra vida cotidiana, con nuestros hábitos, con nuestras relaciones, etc. Por lo general, es cuando nos toca de cerca el asunto cuando comenzamos a cuestionarlo. Nuestra intención es adelantarnos a los acontecimientos y elaborar una reflexión y crítica colectiva sobre el origen y fines de las instituciones represivas, y, por ende, de la situación de control en nuestras sociedades, así como de todas nuestras conductas que favorecen las condiciones de encierro.
Queda claro, partimos de la base de que el encierro es una consecuencia de las grandes fugas y contradicciones que posee el sistema. La atomización de nuestras sociedades, en donde lo colectivo ha perdido todo sentido y en donde cada individuo confía en agentes externos para resolver sus problemas, el encierro se nos presenta como una alternativa que cada vez vamos naturalizando más y que a su vez, se muestra como paradigma de la ruptura de la cohesión o los vínculos sociales. Desde este punto de vista, cuestionamos todas aquellas instituciones que, haciendo uso del mismo, pretenden mantener el actual orden socioeconómico. Es por esto que vemos la necesidad de reflexionar sobre el tema, de ser capaces de analizarlo con crítica, así como proponer alternativas más allá de un “fuego a la cárcel”. No se nos entienda mal, para nosotros/as no debería existir la cárcel. No obstante, plantear su desaparición, sin más, dentro del contexto que nos toca vivir, hace dificultoso el acercamiento a fondo del problema. Plantear el asunto del encierro puede ser un punto de partida no sólo para analizarlo sino para cuestionar al sistema mismo.
De esta manera, queremos plantear durante los meses de julio y agosto un ciclo de proyecciones que culminarían en unas jornadas con charlas durante los fines de semana de septiembre. Hace más o menos dos años, en la plaza de Xosé Tarrío, se realizaron unas charlas y coloquios dentro de las jornadas “Dentro, fuera, dentro…”. Con estas charlas se pretendía acercar las consecuencias del encierro a nuestra cotidianidad, es decir, queríamos analizar el mismo como un problema que, de alguna manera, nos afecta a todos/as y que se encuentra inserto de muchas formas en el sistema democrático y capitalista. Si el objetivo de aquellas jornadas fue trasladar el debate a la calle, esta vez queremos continuar con el mismo y profundizar más en el tema desde los diversos ámbitos que se trataron la otra vez: la cárcel, los centros de menores, la psiquiatrización, la inmigración y los CIEs, la explotación animal y el control social. Consideramos de vital importancia recuperar los vínculos sociales que se han ido fracturando conforme el sistema capitalista se ha hecho más complejo. Es por ello, que las proyecciones y las jornadas van a realizarse de nuevo en la plaza Xosé Tarrío (situada en el cruce entre la calle del Calvario y Ministriles), en la calle, pues consideramos que es el único sitio que nos acerca a todos/as y dónde nadie puede sentirse excluido.
[1] González Sánchez, Ignacio. Ciudad, pobreza, cárcel: unos orígenes compartidos. Extraído de la revista Barcelona Metrópolis. http://www.barcelonametropolis.cat/es/page.asp?id=23&ui=480
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