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Crónica de una guerra civil inscrita en la piel de la ciudad. Stop deshaucios en Sevilla.

CRÓNICA DE UNA GUERRA CIVIL INSCRITA EN LA PIEL DE LA CIUDAD.
'STOP DESAHUCIOS' EN SEVILLA

Crónica: El Movimiento 15M logra detener el desahucio de Josefa
Doblado, en la calle Primavera del barrio de las Hermandades de
Sevilla.

Fecha: martes, 19 de julio de 2011.

Fotografías: http://www.flickr.com/photos/marceloexposito/sets/72157627239017312/ Marcelo Expósito

Martes 19 de julio de 2011, 9h de la mañana: subo al transporte
público en la Ronda del Tamarguillo de Sevilla. Me dirijo hacia la
zona oeste de la ciudad, donde está prevista una concentración para
impedir un desahucio. El sol plomizo comienza a calentar en serio y
pienso que la luz, que en esta época del año puede llegar a ser
cegadora al mediodía, habrá de quemar inevitablemente los contornos de
las fotografías que acaso pueda llegar a tomar.

Me apeo del autobús en la confluencia entre los barrios Los Naranjos,
Polígono Norte y Hermandad del Trabajo. Llego con suficiente tiempo
para merodear con la cámara. El paisaje de perfiles suburbanos
permanece ahora calmo. Observo los bloques compactos de alojamientos,
arquitecturas de vivienda social del franquismo diseñadas para las
clases trabajadoras y replicadas por la geografía española, pienso; y
recuerdo haber correteado por barrios semejantes donde estuvieron
ubicadas viviendas de mis familiares varias décadas atrás. Lo
corroboran las placas metálicas diseminadas por las fachadas, donde se
lee siempre la misma indicación: "Ministerio de la Vivienda. Instituto
Nacional de la Vivienda. Edificio construido al amparo del régimen de
viviendas de protección oficial". Junto al texto, un signo conocido:
el yugo y las flechas que el franquismo adoptó de Falange Española, y
que en su momento hizo las veces de identificador del INV. Caigo en la
cuenta de que ayer fue 18 de julio, 75 aniversario de la sublevación
militar monárquica-fascista que detonó la Guerra Civil española y
abrió el camino a cuatro décadas de dictadura militar genocida. La que
se conoce popularmente como Ley de Memoria Histórica, aprobada hace
cuatro años por el Parlamento español, obliga a retirar del espacio
público y administrativo toda imagen conmemorativa de la última
dictadura; pero estas placas se han salvado. Me parece que no solo
ellas.

Pienso en estas señales como parte de una guerra de signos inscrita en
la piel de la ciudad. Tomo una fotografía que sintetiza el universo
simbólico de ese conflicto. El fondo, una fachada de ladrillo
característica de una antigua vivienda social para trabajadores. Sobre
ella, tres indicaciones. Una, la antigua placa franquista. Dos, un
cartelón reciente que ocupa el ancho de la ventana exterior de la
vivienda informando de que la casa está en venta, gestionada por una
poderosa empresa inmobiliaria. Tres, un cartel modesto en fotocopia
que parece medir sus fuerzas desde abajo, impresión reforzada por la
silueta de un joven de perfil que habla con un megáfono en dirección
al cartelón a la izquierda. ¿Qué le grita la imagen precaria a
Tecnocasa? Que durante el mes de julio continúan las asambleas
populares, las reterritorializaciones barriales del Movimiento 15M, la
principal línea de fuga que han adoptado las acampadas estables de
mayo y junio.

Es el Movimiento 15M quien convoca la concentración frente al nº 2 de
la calle Primavera. Llego temprano y me uno al grupo de sesenta
personas. La protesta no muestra imágenes muy expresivas. Aun así, una
lectura atenta puede apreciar la complejidad de esta imagen de
agrupamiento coyuntural. La composición es heterogénea: jóvenes
activistas, asamblearistas barriales, vecinos de varias generaciones
de Hermandades o La Macarena. Los carteles y octavillas en circulación
demuestran cómo el Movimiento 15M constituye también aquí un
agenciamiento de agrupamientos colectivos formales e informales:
Asamblea de La Macarena, Asamblea de Cerro-Amate, Liga de Inquilinos
La Corriente... varias camisetas llevan además impresos los logotipos
y diseños de bares-cooperativas o centros sociales. Como resulta
habitual, es el signo '15M' el que articula como una a-identidad que
empodera sin homogeneizar.

10:30h de la mañana: dos jóvenes llaman a reagruparse frente a la
vivienda para una puesta en común. Informan: está previsto que el
desahucio tenga lugar por orden judicial a las 11:15h. Es muy probable
que acuda la policía dada la relevancia que ha adquirido el caso y por
el hecho de que, siendo este un movimiento perfectamente transparente,
la convocatoria se ha hecho pública por varios medios bajo el lema
'stop desahucios'. Cuánta policía y de qué tipo cabe esperar, no lo
sabemos. Pero probablemente intentarán acceder por la fuerza al
edificio. Se nos dan indicaciones precisas: sentada colectiva para
bloquear la entrada principal, brazos entrelazados, confianza,
resistir al máximo para lograr impedir el desahucio. Se requiere un
comportamiento rigurosamente pacífico, no responder a hipotéticas
provocaciones o violencia policial. Todo el mundo se muestra de
acuerdo; asiente con énfasis la gente del barrio. El primer grupo se
sienta en el suelo ocupando el espacio abierto frente a la entrada del
edificio, dejando un pasillo entre los cuerpos que facilite el
tránsito de los residentes. Ahora ya somos unas cien personas.

A esta hora, todavía no he visto a Josefa Doblado, la inquilina de la
vivienda que venimos a defender. Hace doce años, el sobrinio de Josefa
necesitaba disponer de una furgoneta para emplearla como herramienta
de trabajo. Ningún banco le facilitaría el préstamo para comprarla sin
una propiedad como aval. Josefa 'vendió' su casa a su sobrino por una
cantidad simbólica, con el fin de que este pudiera hipotecarla y
obtener así un crédito con el que adquirir el vehículo: 30.000 euros.
Abonaron los primeros plazos, hasta 8.000 euros, hasta que el sobrino
se quedó en paro. Pasó el tiempo sin que pudieran seguir pagando. Para
evitar que su casa fuera subastada, Josefa y su sobrino hicieron lo
posible por zanjar la deuda. Reunieron en 2008 la cantidad restante
más los intereses: 29.000 euros. Es decir, en ese momento llegaron a
pagar ya al banco una cifra superior al coste original del vehículo.
Pero el banco les respondió que esta última cantidad aportada era
insuficiente: la deuda ascendía ahora, según su criterio, sumando
intereses de demora y costas judiciales, hasta 52.000 euros. ¿Costas
judiciales? Así es: el banco había iniciado hacía ya tiempo, sin
avisar a Josefa y su sobrino, las diligencias para ejecutar la
hipoteca y poner a subasta la vivienda, que fue adjudicada finalmente
por 42.000 euros, cuando el piso está tasado en 172.000. Josefa, de 69
años de edad, percibe una pensión de 400 euros mensuales, y habita en
su casa desde hace cuarenta años. La entidad responsable de este
proceso es el Banco Bilbao Vizcaya Argentaria (BBVA).

Aun no he visto a Josefa pero la imagino arriba en su piso de la
primera planta, cuyo balcón abierto revela un trasiego que contrasta
con la calma de la concentración abajo. Desde mi llegada  no ha dejado
de acudir televisión y prensa. Los periodistas suben y bajan con
desparpajo entre la vivienda y la calle, cámaras de vídeo y de
fotografía profesionales al hombro o en mano, empuñando micrófonos con
la caperuza de gomaespuma que identifica el canal correspondiente.
Varios cables para conexión en directo caen desde el balcón. Sigo su
recorrido y encuentro a unos trescientos metros una furgoneta dotada
de una antena parabólica, rodeada a su vez de turismos con logotipos
de medios de comunicación locales y nacionales pegados en sus puertas
laterales. Sonrío al pensar por un instante que el equipamiento de la
prensa supera con creces el valor de la hipoteca del piso de Josefa.

11h de la mañana, vamos componiendo un bloque apretado que se adhiere
a la piel del edificio. Súbita agitación arriba: parece que van a
bajar Josefa y su abogado. La prensa desciende la escalera en tromba y
cuando sale a la calle empuja al grupo de manifestantes. Increpamos
molestos y se produce momentáneamente un tumulto. El abogado y Josefa
vienen a informar de que el desahucio ha sido aplazado y no va a
producirse hoy: los periodistas empujan para tomar posiciones desde
las que documentar esta declaración en la entrada misma del edificio.

Congelemos por un instante esta imagen, sobre la que merece la pena
reflexionar. Veamos qué ha sucedido literalmente: el grupo de
manifestantes, en un bloque apretado contra la entrada del edificio
para impedir el desahucio, se ve empujado hacia fuera y su lugar
ocupado por el grupo de periodistas que colapsan la puerta impidiendo
la visibilidad a terceros. Josefa y su abogado, al llegar abajo, se
ven hostigados por los objetivos de las cámaras. El 15M ha convocado a
un acto de desobediencia colectiva, y esto, junto con la repercusión
de la campaña en prensa, ha forzado al BBVA a solicitar al juzgado
hace apenas una hora que se suspenda la ejecución del desahucio. Esta
articulación exitosa de la autocomunicación del movimiento con la
comunicación de masas comercial se convierte sin embargo en un
conflicto de prioridades en el momento de nuestra imagen congelada. Lo
que este momento pone de manifiesto es la manera en que la
participación de la comunicación comercial, al mismo tiempo que suma
poder a un movimiento, puede llegar a condicionar también sus
dispositivos: la forma que adopta la ocupación movimentista del
territorio se ve transformada por la intervención de la masa de
periodistas.

Curiosamente, es una periodista la que propone, casi a gritos, una
solución de consenso: que Josefa y su abogado informen, en primer
lugar, en el espacio abierto frente al edificio, para que los
manifestantes y el barrio podamos escuchar en asamblea mientras los
periodistas mantienen sus micrófonos y cámaras bajados. A continuación
pueden repetir sus declaraciones a modo de rueda de prensa y dedicar
un tiempo específico a cada medio. Una de mis fotografías muestra cómo
se resuelve consensuadamente este equilibrio extremadamente inestable.
Josefa muestra un cartel fotocopiado con las consignas: 'Stop
desahucios. No estás solo, estamos contigo'. Rodeada de un enjambre de
cámaras y micrófonos, habla también a través de un megáfono que
sostiene un activista barrial. Pienso en ese instante que, al mismo
tiempo que una política de apertura y transparencia hacia la sociedad,
lo que incluye a los medios de comunicación comerciales, se necesita
también imponer un control lo más estricto posible de las condiciones
bajo las cuales la comunicación mediática comercial participa en los
dispositivos con los que el 15M construye un nuevo tipo de esfera
pública.

Minutos más tarde, observo cómo Josefa está a punto de intervenir en
directo en un popular programa matinal de un canal de televisión
privado. La periodista toma de la mano a Josefa, se mantienen así
unidas durante toda la entrevista. Se sitúan de pie frente a la
cámara. Varios activistas se colocan tras la entrevistadora y Josefa,
para mostrar así a cámara una pancarta. Al entrar en directo, el
operador se aproxima a las dos mujeres, cerrando el plano de manera
que sea menos apreciable el fondo con los manifestantes. La
entrevistadora explica el caso de Josefa, promoviendo un acercamiento
sentimental. La actitud favorable de la periodista hacia el caso de
Josefa consiste en el humanismo de una identificación espectatorial
con la víctima. Paradójicamente, apoyar a Josefa significa también, en
la entrevista, provocar un exhibicionismo de sus condiciones de vida.
En la prensa y la televisión, durante las horas posteriores, observo
el resultado de esa invasión de privacidad: la imagen multiplicada de
Josefa en su vivienda, con un gran crucifijo en la pared del fondo.

Durante más de una hora vivimos una emoción desbordante. Cuando el
abogado informa de la suspensión momentánea del desahucio y Josefa
toma la palabra agradeciendo la solidaridad, las lágrimas asoman en
todas las caras, sin falsos decoros. Amo formar parte de este
movimiento en el que cientos de miles de personas están promoviendo
una afectividad colectiva que al mismo busca intervenir en las
condiciones materiales de las que surge la injusticia. Pero me
acompaña todo el día un sentimiento de rabia. Cuando uno sitúa el
cuerpo en la acción directa, este experimenta una conmoción que tarda
en encontrar acomodo. Camino de regreso por la calle Primavera y me
detengo un instante en una vivienda precaria instalada en los bajos de
un edificio, frente a la cual tendrá lugar una nueva manifestación dos
días más tarde. Quien la habita está sufriendo un acoso flagrante para
que acepte abandonarla. El inquilino ha convertido la fachada en una
gran hoja en blanco donde ha escrito con su letra insegura: "Me han
cortado la luz y el agua por exigir un contrato legal. Justicia. Todos
merecemos una vivienda digna". Ese texto es otra crónica sucinta de
una guerra, tatuada en la piel de la ciudad.

La suspensión del desahucio de Josefa es tan solo momentánea. El BBVA
volverá a intentarlo en septiembre, esperando que decaiga la atención
mediática y movimentista. Las acciones colectivas que paralizan
desahucios son una de las herramientas más potentes de las que ahora
dispone el movimiento. El 15M la ha heredado de un movimiento anterior
formidable, la Plataforma de Afectados por la Hipoteca (PAH). Pero el
cuerpo pide con furia, al salir de calle Primavera, dirigirse adonde
están ubicadas las entidades, las propias viviendas y las biografías
de quienes son responsables de situaciones como la de Josefa. No hace
falta ir muy lejos, pensemos sencillamente en el propio presidente del
BBVA, Francisco González. De la misma generación que Josefa, le espera
una pensión de jubilación de 79,9 millones de euros cuando abandone el
cargo; mientras tanto, su salario declarado es de 1,9 millones anuales
de fondo fijo más 3,4 millones de bono variable (El País, 5/2/2010).
Hace un mes sostuvo que, para salir de la crisis, no se necesitan
nuevos impuestos o tasas a las ganancias bancarias, sino un "gobierno
fuerte" que afronte reformas estructurales "con decisión y
profundidad... para poner a este país a trabajar", mostrándose de
acuerdo con el Movimiento 15M: "no hay derecho a que los jóvenes no
encuentren un puesto de trabajo" (El Mundo, 17/7/2011). En la reunión
anual de consejeros de BBVA Bancomer en México D.F., rodeado de Lula y
Felipe Calderón, criticó las políticas de ajuste del gobierno español,
tímidas e ineficaces porque el presidente Zapatero "no cree en las
reformas". El presidente mexicano "destacó la confianza depositada por
el BBVA en [México], gracias a su estabilidad económica y su
desarrollo democrático" (El País, 22/06/2011).

La 'estabilidad económica' y el 'desarrollo democrático' donde una
máquina depredadora como el BBVA deposita su confianza significan:
sometimiento de la soberanía popular al poder económico bancario y
financiero por mediación de sistemas de gobierno estructuralmente
pusilánimes o corruptos, en países con una fuerza de trabajo
disciplinada en un mercado laboral desrregulado con tendencia al
neoesclavismo. Las reformas estructurales que los poderes económicos
están imponiendo para salir de la 'crisis' van unidas al fomento de la
guerra civil entre las capas medias y bajas de la sociedad. Uno de los
virtuosismos más notables que el Movimiento 15M tendrá que aprender,
es seguir siendo pacifistas en mitad de esa guerra. Pero nuestro
pacifismo necesita ser cada vez más ofensivo: el miedo, la angustia,
la ansiedad, las pasiones tristes de la crisis tienen que cambiar de
lado. No es la privacidad de Josefa, no es su precariedad la que tiene
que verse sobreexpuesta a la luz pública, sino las interioridades de
entidades y sujetos criminales como Francisco González. He removido
Google tratando de encontrar la información de cuál ha sido el
referéndum o las elecciones generales o de cualquier otro tipo de
donde proviene la legitimidad de un banquero que sojuzga la soberanía
popular condicionando las políticas de gobiernos que están tendidos a
sus pies. No he encontrado ese dato por ningún lado. Tenemos que
desestabilizar la prepotencia de esos poderes asesinos fuera de todo
control democrático.

Regreso a casa. El barrio sigue en calma, la gente camina despacio
adormecida por el calor. Pareciera que la tranquilidad de esta
temprana mañana y el mediodía de ahora son la norma donde se ha
abierto el paréntesis de una acción en la que acabo de participar.
Pienso cuán engañosas resultan las apariencias: lo que hemos vivido en
la calle Primavera es la norma y no la excepción de una guerra
sistémica que ocasionalmente aflora como un sarpullido en la piel de
la ciudad.

Decido continuar la acción de manera simbólica por mi cuenta. Quiero
apuntar una línea de fuga para la desobediencia, hacer un
señalamiento. A la tarde me dirigo al centro de Sevilla, buscando la
sede central del BBVA. En el camino fotografío un anuncio: "Se venden
pisos de banco provenientes de embargos. Se concede hipoteca al 100%".
Existe un sector del mercado inmobiliario dependiente de los
desahucios por impago de hipotecas. Las familias endeudadas que no
pueden afrontar los plazos mensuales son privadas de su vivienda y aun
así se ven exigidas a pagar deudas astronómicas durante el resto de
sus vidas. Las viviendas son adjudicadas a las entidades bancarias por
valores muy inferiores a su precio real en el mercado, y estos las
ponen otra vez en venta por cifras superiores. A quienes las adquieren
de nuevo se les ofrece la oportunidad de disfrutar de un préstamo por
hipoteca.

20h de la tarde, me aproximo al edificio del BBVA. Observo la soberbia
de su arquitectura, la estupidez de sus columnas que significan un
poder clásico, que aparenta decir: estoy aquí desde siempre y para
siempre, soy una cultura por encima de política y de la historia.
También en la piel de ese edificio existen inscripciones. Las siglas
de la entidad, corpulentas, de aluminio, rodeadas de un halo de luz.
Dos grandes pantallas de plasma flanquean este logotipo, y bajo las
columnas emiten representaciones de la idealidad social ('estabilidad
económica y desarrollo democrático') que conforma el imaginario de un
banco: jóvenes emprendedores urbanitas y familias rubias de tez muy
blanca. Algo falta en esta imagen.

Tomo algunas fotografías. Haré el trabajo de montaje que la prensa y
la televisión no han hecho. Sin humanismos, con sequedad, las quiero
hacer mirar más tarde confrontadas a los bloques de viviendas sociales
de clase trabajadora sometidos a especulación inmobiliaria. A la
crónica de una guerra civil pintada a mano sobre una vivienda de la
calle Primavera. A los rostros y las expresiones de quienes soy
hermano desde esta mañana.

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