Llega el día del juicio, entran los testigos y los acusados. Juan Luis no aparece por ningún lado, no lo han citado por la sencilla razón de que no tiene nada que ver con el asesinato; la justicia española, profesional y eficiente, no encuentra nada que lo incrimine. Los culpables son descubiertos, confiesan su crimen, son condenados, todo debiera quedar ahí…pero no, el Samaritano, contumaz y testarudo insiste en culpar a su antiguo amigo y cuñado, de responsabilizarlo con lo ocurrido sin tener ninguna prueba que confirme sus acusadoras palabras, se desatan las pasiones. El hermano adolorido busca en el lugar equivocado al responsable del crimen. Juan Luis soporta con paciencia infinita las acusaciones y calumnias, cierra los oídos, comprende el dolor ajeno, perdona a los que a sus espaldas apoyan las diatribas del Samaritano, deja que el tiempo cure las heridas y permita que la verdad lisa y llana predomine sobre los oscuros pensamientos, atiende a su amenazada familia, prospera con el trabajo que brota de sus manos laboriosas, construye edificios y marinas, crea, produce bienestar y confort para los demás. El mundo, según José Martí, Apóstol de la independencia cubana, se divide en dos bandos: “los que crean y construyen, y los que odian y destruyen”.
Conchi, atrapada entre el dolor inefable de la pérdida de su querido hermano y las infundadas acusaciones a su esposo, vive en un infierno que pone a prueba difícil su sistema nervioso, el cielo se cierra, la tierra se abre, la vida oscurece… la familia se divide…mientras, el Samaritano riega hiel por todas partes, lastima, ofende, agrede, señala con el dedo acusador.
El samaritano y Juan Luis.
Llega el día del juicio, entran los testigos y los acusados. Juan Luis no aparece por ningún lado, no lo han citado por la sencilla razón de que no tiene nada que ver con el asesinato; la justicia española, profesional y eficiente, no encuentra nada que lo incrimine. Los culpables son descubiertos, confiesan su crimen, son condenados, todo debiera quedar ahí…pero no, el Samaritano, contumaz y testarudo insiste en culpar a su antiguo amigo y cuñado, de responsabilizarlo con lo ocurrido sin tener ninguna prueba que confirme sus acusadoras palabras, se desatan las pasiones. El hermano adolorido busca en el lugar equivocado al responsable del crimen. Juan Luis soporta con paciencia infinita las acusaciones y calumnias, cierra los oídos, comprende el dolor ajeno, perdona a los que a sus espaldas apoyan las diatribas del Samaritano, deja que el tiempo cure las heridas y permita que la verdad lisa y llana predomine sobre los oscuros pensamientos, atiende a su amenazada familia, prospera con el trabajo que brota de sus manos laboriosas, construye edificios y marinas, crea, produce bienestar y confort para los demás. El mundo, según José Martí, Apóstol de la independencia cubana, se divide en dos bandos: “los que crean y construyen, y los que odian y destruyen”.
Conchi, atrapada entre el dolor inefable de la pérdida de su querido hermano y las infundadas acusaciones a su esposo, vive en un infierno que pone a prueba difícil su sistema nervioso, el cielo se cierra, la tierra se abre, la vida oscurece… la familia se divide…mientras, el Samaritano riega hiel por todas partes, lastima, ofende, agrede, señala con el dedo acusador.