Spotify: Un villano vestido de Robin Hood
Hace unos meses tuve ocasión de leer una entrevista a Javier de la Cueva, quién es, junto a David Bravo, el profesional de la abogacía mas arduo defensor del derecho a compartir la cultura y el conocimiento. En ella de la Cueva valora el papel que vienen desempeñando en los últimos años las productoras de cultura de consumo y la clase política, en su afán homicida contra todo lo que atenta hacia el estatus actual de la industria. Decía, cito textualmente: “Estamos presenciando la muerte de todo un sistema político y productivo, hallándose políticos y productoras de obras unidos por los mismos intereses, que son los de retrasar la muerte del sistema hasta que se hallen posicionados en el nuevo”.
En lo que a la producción musical se refiere, el imperio que constituyen este fatal binomio empresarial-político ya tiene una recién nacida cabeza visible, piedra angular del nuevo sistema al que hace referencia de la Cueva. Este ya célebre emperador infantil responde al nombre de Spotify.
Este niño atrevido viene presuntamente a conciliar a creadoras, discográficas y consumidoras; a devolver la justicia al mundo de la música. Para las consumidoras de a pie la música es gratis, y además legal, y quienes venían -supuestamente- padeciendo el auge de internet por culpa de la libre distribución de contenidos, las discográficas y creadoras musicales, cobran de nuevo por lo que producen.
Pero un análisis un poco mas pormenorizado nos muestra que se trata de una vieja estrategia del sistema neoliberal: la absorción de las iniciativas en su contra y la transformación de las mismas en parte del propio sistema. Veamos cómo se lleva esto a cabo, en el caso que nos ocupa:
Absorción: Spotify nos ofrece a las demandantes de cultura musical la vía por la que habíamos apostado -música a un solo clic-, y lo mismo hace con las creadoras -cualquiera puede subir música a Spotify-. Las grandes discográficas y artistas-producto ya consagrados tienen por supuesto su sitio. Con esta situación de partida, la paulatina evangelización por costumbre de las consumidoras y creadoras de obras esta garantizada. Poco a poco nos vamos acostumbrando a escuchar y distribuir la música a través -y cada vez más en exclusiva- de Spotify. Sirva como ejemplo de esto que la primera vez que oí hablar del engendro un amigo me decía que ahora ya no tenía que preocuparse de guardar música, ya que toda la tenía disponible online.
Transformación: Las reglas del juego, de partida laxas, se van haciendo cada vez mas restrictivas a medida que el uso de Spotify se generaliza: De momento las usuarias solo tenemos que escuchar publicidad de vez en cuando, y las creadoras pagar un módico precio a las llamadas agregadoras, que son una especie de discográficas a granel, de aquí te pillo aquí te mato, que hacen de intermediarios con Spotify y otros servicios de música online.
Y el final de todo esto ya lo conocemos. Algo que se nos vende como valor añadido que acaba por zamparse a su antecesor, dejando pingües beneficios en unos pocos bolsillos ante la resignada y pasiva mirada de consumidoras y creadoras, en su mayoría ya fieles a la nueva doctrina. Ya lo hizo el AVE con los trenes tradicionales, o la televisión de pago, a la cuál se nos obliga reduciendo al esperpento la calidad de su homóloga en abierto. No es difícil imaginar en unos años, cuando Spotify esté generalizado, una restricción o eliminación del servicio gratuito, o unas reglas mucho mas severas económicamente para publicar, que lo sitúen exclusivamente al servicio de las discográficas y sus productos devolviendo a estas el mango de la sartén.
En Córdoba hace calor en verano, y es costumbre montar guateques nocturnos en las azoteas, buscando el fresco de la altura. En el último, amenizado, cómo no, por Spotify, comentaba todo esto con un amigo, con fácil solución por su parte: “cuando se haga restrictivo, dejaré de utilizarlo”.
Como respuesta, acabo con una anécdota que me contó algún agrónomo experto en recursos fitogenéticos: En una feria de alimentación, este señor tuvo ocasión de probar productos, de exquisito paladar, procedentes de una rarísima raza de cerdo de la que apenas quedaban ejemplares. Preguntándole al ganadero, que trabajaba en la recuperación de la raza, sobre cómo podía ayudar a conservar y fomentar el desarrollo de estos cerdos, este le contesto: “muy sencillo, coma mis cerdos”. Aún estamos a tiempo de hacernos vegetarianos, en lo que a Spotify se refiere.
Oskiiiiii
Incluso aunque nunca hubiera
Incluso aunque nunca hubiera que pagar por el servicio, ya pagarán, quienes lo usen, por el trapicheo que la empresa hace con sus datos.
El acceso libre y universal a la cultura hay que conquistarlo.
Enviar un comentario nuevo