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Resulta admirable el coctel cultural que existe en la ciudad de Cádiz, quizás el lugar donde mayor número de coplas se generan por metro cuadrado, cuya capacidad creativa y artística le sale por los poros. Una cultura espontánea, arraigada a la tierra, a la calle. No obstante, el gobierno local pretende encerrarla al igual que si se tratara de un escaparate. El Ayuntamiento quiere conectar el casco histórico y la circunvalación del centro a través de nuevos equipamientos culturales, llenando la ciudad de aristas con la finalidad de que "Cádiz sea como una gran sala de exposiciones".

La socialización de los rincones escondidos de Cádiz, espacios emblemáticos y populares sometidos al continuo tráfico del turismo y a las obras para modernizarlos, hará que pierdan su magia.

En décadas anteriores la economía de la provincia se caracterizaba por tener un considerable peso en el sector industrial, pero esto ha ido cambiando poco a poco para ir abriéndole las puertas al sector terciario, transformando así el paisaje y la dinámica de ésta. El proceso de modernización en el que se ve envuelta la tacita de plata, conlleva una serie de fenómenos que le afectan estéticamente, en su fachada, pero que no resuelven conflictos reales como es la precarización de los servicios sociales o el paro. Lo que vendría a ser como tapar una herida que no cesa de sangrar con una tirita dorada. El aburguesamiento, o gentrificación de una zona se basa en un sistema de transformación urbano en el que la población original de un sector deteriorado es progresivamente desplazada por otra de un mayor nivel adquisitivo, a la vez que se modifican la economía e infraestructuras de la zona.

Al igual que sucedió con los eventos culturales de La Expo de Sevilla y el Forum de Barcelona, donde la gestión política aprovechó para que las metrópolis se desarrollaran hacia un modelo caracterizado por la privatización, tendríamos que preguntarnos sobre cómo afecta a nuestra ciudad la conmemoración del Bicentenario de las Cortes y la respectiva transformación geofísica que ésta conlleva. Recapacitar sobre quien va a disfrutar esos equipamientos y grandes eventos, y si seguirán acompañándonos el paro y la emigración cuando pase la desgastada fecha del festejo.

El supuesto empuje que está dando el Ayuntamiento a la cultura entra en contradicción con las trabas que por otra parte ha ido poniendo a locales que desde su pequeña realidad intentaban promover actividades culturales. No es casualidad que bares como La Pijota, La Isleta o El Va por ustedes, lugares de encuentro para parroquianos y artistas donde se destilaba música, hayan cerrado.

El término cultura encierra varios significados, ya que no es lo mismo hablar de cultura popular -la que nace del pueblo y para el pueblo- normalmente con un cariz gratuito, como por ejemplo son las chirigotas callejeras, que de cultura masiva, esa que se desarrolla en los grandes eventos -más asociada al pan y circo de siempre- en la línea del concierto de Chayanne o el Festival Aéreo Militar que se celebraron este verano. O hablar de cultura elitista, aquella a la que sólo unos pocos pueden acceder porque hay que pagar quince euros para asistir a una obra de teatro o cuarenta por un concierto de Concha Buika.

Llegados a este punto uno se pregunta si lo que realmente pretende realizar el Ayuntamiento con la ciudad de Cádiz es una sala de exposiciones o un zoo de parados y exiliados gaditanos.

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