A los libertarios
han pasado 30 años...
y nosotrxs que?
Compañeros,
Estamos asistiendo al rearme espectacular del Estado, nuestro gran enemigo, cosa que hacen todas las clases dirigentes del mundo cuando quieren dar a la descomposición de sus fundamentos una apariencia de solidez. Sus excesos han paseado la verdad por todos los rincones del país: hoy en día no hay nadie tan ingenuo o tan desvergonzado que se atreva a negar que nos encontramos bajo un despotismo tan duro, envilecedor y difícil de soportar como el que hubo en tiempos de Franco, y a medida que pasa el tiempo, será peor. Nosotros estamos ahora dispersos, cuando no desmoralizados. Hemos entablado una batalla que no supimos librar como debimos. Hemos tenido bajas, tenemos presos. La lucha por su liberación puede ser un punto de partida para un nuevo movimiento revolucionario más efectivo y coherente; el silencio y la inacción nos llenarán de oprobio, la Historia jamás nos perdonará.
Estímados Compañeros
Lamentamos tener que llamar vuestra atención sobre una cuestión grave y urgente que, normalmente, tendríais que conocer bastante mejor que nosotros, que estamos lejos y somos extranjeros. Pero nos vemos obligados a constatar que diversas circunstancias os han colocado hasta hoy en la imposibilidad de conocer los hechos o su significado. Creemos pues, deber de exponemos claramente los hechos siguientes, así como las circunstancias que han dificultado vuestra información.
Más de cincuenta libertarios en estos momentos, se hallan detenidos en las prisiones españolas, y mucho de ellos ya llevan varios años sin ser juzgados. El mundo entero, que cada día oye hablar de las luchas de los vascos, ignora completamente este aspecto de la realidad española actual. En España misma, la existencia y los nombres de estos compañeros son citados a veces ante un sector restringido de la opinión, pero se guarda generalmente silencio sobre lo que han hecho y sobre sus motivos; y nada concreto se emprende para lograr su liberación.
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La hora del sindicalismo revolucionario pasó desde hace tiempo, porque, bajo el capitalismo modernizado, todo sindicalismo tiene reconocido su sitio, grande o pequeño, en el espectáculo de la discusión democrática sobre los acicalamientos del estatuto del trabajo asalariado, es decir, en tanto que interlocutor y cómplice de la dictadura del trabajo asalariado: democracia y trabajo asalariado son incompatibles, y esta incompatibilidad, que ha existido siempre esencialmente, se manifiesta en nuestros días visiblemente, en toda la superficie de la sociedad mundial. A partir del momento en que el sindicalismo y la organización del trabajo alienado se reconocen recíprocamente, como poderes que establecen entre sí relaciones diplomáticas, toda clase de sindicato para poder llevar su actividad reformista, desarrolla dentro de sí un nuevo tipo de división de trabajo, más y más ridículo a medida que pasa el tiempo. Aunque un sindicato se declare ideológicamente hostil a todos los partidos políticos, no logrará, de ninguna manera, impedir su caída en manos de su propia burocracia de especialistas de la dirección igual que un partido político cualquiera. Cada instante de su práctica real lo demuestra. El asunto aquí evocado lo ilustra perfectamente puesto que, si en España los libertarios organizados hubieran dicho lo que tenían que decir, no hubiéramos nosotros tenido que decirlo ahora en su lugar.
De la cincuentena de presos libertarios, en su mayoría presos en la cárcel de Segovia, aunque también en otras cárceles (la "Modelo" de Barcelona, las de "Carabanchel" y "Yeserías" de Madrid, la de Burgos, la de Herrera de la Mancha, la de Soria ... ), muchos son inocentes, víctimas de las clásicas provocaciones policiales. De éstos se habla un poco, y hay quien está dispuesta defenderles, pero más bien pasivamente. Pero en cambio, la mayoría de los presos, han dinamitado efectivamente vías férreas, tribunales, edificios públicos. Han recurrido a expropiaciones a mano armada contra diversas empresas y buen número de bancos. Se trata en particular de un grupo de obreros de SEAT de Barcelona (que en un tiempo se denominaron "Ejército Revolucionario de Ayuda a los Trabajadores"), que quisieron de este modo aportar ayuda pecuniaria a los huelguistas de su fábrica, así como a los parados; y de los "grupos autónomos " de Barcelona, Madrid y Valencia, que han actuado por el estilo, mayor tiempo, con la intención de propagar la revolución por todo el país. Estos compañeros son igualmente los que se sitúan en las posiciones teóricas más avanzadas. Y mientras el fiscal pide penas individuales de entre treinta y cuarenta años de condena para algunos de ellos, ¡precisamente sobre éstos se cierne el silencio más absoluto y el olvido voluntario de tanta gente!
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El Estado español heredero del franquismo, democratizado y modernizado justo lo necesario para poder así poseer su plaza trivial en las condiciones ordinarias del capitalismo moderno, y tan atareado en conseguir la admisión en el lamentable "Mercado Común" europeo (y en efecto, la merece), se presenta oficialmente como resultado de la reconciliación entre vencedores y vencidos de la guerra civil, es decir, de franquistas y republicanos; y en verdad lo es. Los matices tienen poca importancia ahí: si del lado de los demócratas estalinistas, Carrillo es al presente un poco más monárquico que Berlinguer, en revancha, del lado de los príncipes de derecho divino, el rey de Espafía seguramente es tan republicano como Giscard d'Estaing. Pero la verdad más profunda y decisiva, es que el Estado español de hoy es en realidad el resultado de la reconciliación tardía de todos los vencedores de la contrarrevolución. Por fin se reunieron amigablemente, con la mutua consideración que se debían unos a otros, los que quisieron ganar y los que quisieron perder, los que mataron a Lorca y los que mataron a Nin. Porque todas las fuerzas que en aquel tiempo, o bien estaban en guerra contra la República -o bien controlaban los poderes de la misma -y son todos los partidos que hoy ocupan escaños en las Cortes - perseguían y alcanzaron, de diversas maneras sangrientas, el mismo fin: acabar con la revolución proletaria de 1936, la mayor que la historia haya visto aparecer hasta nuestros días, y por lo tanto, la que mejor todavía prefigura el futuro. La única fuerza organizada que tuvo entonces la voluntad y la capacidad de preparar esta revolución, de hacerla y -aunque con menor lucidez y firmeza- de defenderla, fue el movimiento anarquista (apoyado únicamente y en medida incomparablemente menor por el P.O.U.M.).
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Cuando, la dictadura juzgó que ya era hora de mejorarse un poco, muchos pensaron sacar unas cuantas pequeñas ventajas de esa liberalización. Pero entonces, los compañeros autónomos encontraron deshonroso contentarse con ellas. De pronto, sintieron la necesidad de exigirlo todo, porque, desde luego, después de haber sufrido durante cuarenta años la contrarrevolución en su totalidad, nada ni nadie quedará limpio de esta injuria si antes no reafirma y hace triunfar la revolución en su totalidad. ¿Quién se atreve a llamarse libertario y censurar a los hijos de Durruti?
Las organizaciones pasan, pero la subversión no dejará de ser deseada jamás: "¿Quién te vio y no te recuerda?". Los libertarios son todavía hoy numerosos en España, y lo serán mucho más el día de mañana. Y felizmente la mayoría, y en particular la mayoría de obreros libertarios, son hoy por hoy incontrolados. Además, mucha gente, igual que en Europa, ha entablado luchas particulares contra unos cuantos aspectos insoportables, muy antiguos o muy modernos, de la sociedad opresiva. Todas estas luchas son necesarias: ¿a santo de qué hacer una revolución si las mujeres o los homosexuales no son libres?, ¿para qué un día liberarse de la mercancía y de la especialización autoritaria, si una degradación irreversible del medio ambiente impusiera nuevas limitaciones objetivas a nuestra libertad? Al mismo tiempo, nadie de quienes seriamente se hallan comprometidos en dichas luchas particulares, puede creer que sea posible obtener una auténtica satisfacción de sus exigencias mientras el Estado no haya sido disuelto. Pues esta sinrazón práctica es la razón del Estado.
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Ciertos libertarioss tendrán tal vez la impresión de que la gravedad de los hechos, desde el punto de vista judicial, vuelve más difícil la defensa de los compañeros. Creemos al contrario, que la misma gravedad de estos hechos facilita cualquier acción bien calculada en su favor. Los libertarioss no pueden, por principio, dar valor a ninguna ley del Estado, y esto es especialmente verdad cuando se trata del Estado español: considerando la legalidad de su origen y todo su ulterior comportamiento, concluiremos que su justicia nunca podrá funcionar decentemente sino es en forma de amnistía, proclamada por quien le venga en gana.
Por otro lado, asaltar bancos naturalmente es -un crimen muy grave a los ojos de los capitalistas; no a los ojos de sus enemigos. Lo reprobable es robar a los pobres, y justamente todas las leyes de la economía -leyes despreciables, destinadas a ser abolidas mediante la completa destrucción del terreno real en donde se aplican- nos garantizan que jamás un pobre se hizo banquero. Ocurrió que, en un encuentro en el que se intercambiaron disparos, un guardia jurado fue muerto. La indignación humanitaria de la justicia a ese respecto parece sospechosa en un país -en el que la muerte violenta es tan frecuente. En ciertas épocas, uno puede morirse como en Casas Viejas o como en la plaza de toros de Badajoz. En otras, según las necesidades tecnológicas del incremento del beneficio, también puede uno morirse deprisa y corriendo, como los doscientos campistas pobres asados en Los Alfaques o los setenta burgueses entre el lujo de plástico de un gran hotel de Zaragoza. ¿Se atreverán a decirnos que nuestros compañeros "terroristas" son responsables de tales hecatombes? No; son tan poco culpables de ello como de la contaminación del golfo de Méjico, porque todas esas pequeñas ligerezas han sido cometidas cuando ellos ya estaban en prisión.
La cuestión no tiene nada de judicial. Es una simple cuestión de correlación de fuerzas. Puesto que el gobierno tiene un interés tan evidente en que no se hable de estos compañeros, basta hacer que sea obligado de tal manera hablar de ellos para que el gobierno se vea forzado a sacar a conclusión de que su interés inmediato consiste más en ponerlos en libertad que en mantenerles encerrados. Entonces, que el gobierno escoja la forma de llegar a este resultado; sea por un proceso en el que fuesen condenados al número de años de cárcel que ya tienen cumplidos, sea por una amnistía, o sea permitiéndoles la evasión, la cosa no tiene importancia. No obstante hay que insistir en un hecho y es que, en tanto no exista un movimiento de opinión expresándose sobre su caso de una manera a la vez fuerte y amenazadora, una evasión procurada por las autoridades es peligrosa: conocéis ya la "ley de fugas" y volveréis a verla aplicar muchas veces.
Compañeros, no nos permitiremos sugeriros, a vosotros que estáis ahí, sobre el terreno, y que paso a paso podéis calcular las posibilidades y los riesgos, tal o cual forma de acción práctica. Con tal de que en todas partes figure en cabeza la exigencia explícita de liberación de estos libertarioss, todas las formas de acción son buenas, y las que más escándalo hagan, las mejores. Agrupándoos por afinidades, podréis descubrir o tomar, según vuestros gustos o las oportunidades disponibles, cualquiera de los medios de acción que fueron empleados en otra época o cualquiera de los que están aún por probar, rechazando sólo el caer en la bajeza de las peticiones respetuosas que practican en todas partes, y vanamente, los partidos de izquierda electoralistas. En principio, incluso es inútil la coordinación de tales acciones autónomas. Basta con que converjan hacia el mismo objetivo específico, proclamándolo constantemente, y multiplicándose con el tiempo. Y cuando ese objetivo preciso haya sido alcanzado, esa corriente libertaria en acción habrá reaparecido, se habrá dado a conocer y se conocerá a sí misma. Así podrá ponerse en marcha un movimiento general, que podrá coordinarse cada vez mejor hacia objetivos cada vez más amplios.
El primer objetivo a lograr será el de obsesionar al país con este asunto, lo que aprovechando la ocasión, equivaldría a dar a conocer al mundo la existencia presente del movimiento revolucionario libertarios en España, obligando a todos a conocer la existencia de estos presos, al mismo tiempo que la eficacia de quienes los defienden. Es preciso que los nombres de estos presos se conozcan en todos los países en donde los proletarios se yerguen contra el Estado, desde los obreros que libran grandes huelgas revolucionarias en Polonia, hasta aquellos que sabotean la producción de las fábricas en Italia, y hasta los contestatarios que viven bajo la constante amenaza de los psiquiátricos de Breznev o de las cárceles de Pinochet.
Como por desgracia hay demasiados nombres para poder citarlos todos (¡qué vergüenza! ¡cuántos Puig Antich sienten hoy la presión del garrote en el cuello, pero por treinta o cuarenta años a seguir la programación gubernamental!), nos limitamos de momento a citar los nombres de los culpables contra los que la justicia reclama, o ha pronunciado, condenas de más de veinte años de prisión: Gabriel Botifoil Gómez, Antonio Cativiela Alfós, Vicente Domínguez Medina, Guillermo González García, Luis Guillardini Gonzalo, José Hernández Tapia, Manuel Nogales Toro. Pero debe quedar claro que se exige la liberación de todos los demás, e incluso de los inocentes.
El primer punto a tratar es el de dar a conocer exactamente el problema; seguidamente impedir para siempre que se olvide, manifestando, cada vez de modo más fuerte, una impaciencia creciente. Que sólo una pequeña fábrica de España pare un día por esta reivindicación y ya será un modelo para todo el país. Tan pronto como deis a conocer su actitud ejemplar la mitad del camino estará andado. Pero, en seguida, aún no se inaugure un curso en la universidad, tenga lugar una representación teatral o una conferencia científica, que alguien, bien por una interpelación directa o mediante una panfletada, no plantee la cuestión previa de la suerte de nuestros compañeros y de la fecha en que serán liberados. No se tendría que pasar por una calle de España sin que se vieran escritos sus nombres en las paredes y en todos habrían de escucharse canciones cantando cosas de ellos.
Compañeros,
Si nuestros argumentos os han parecido correctos, difundir y reproducir con la mayor rapidez que podáis este texto por todos los medios de que dispongáis o que podáis tener al alcance. Y si no, arrojadlo en este mismo instante y comenzad en seguida a publicar otros que sean mejores! Puesto que está fuera de dudas el derecho que tenéis a juzgar con rigor nuestros modestos argumentos. Pero lo que aún está todavía más fuera de dudas, es el que la escandalosa realidad que nosotros hemos revelado tan bien como hemos podido, no es materia que vosotros podáis juzgar: al contrario, es ella quien, finalmente, va a juzgaros a todos.
¡SALUD!
¡VIVA LA LIQUIDACIÓN SOCIAL!
Guy Debord
septiembre, 1980
Traducción aparecida en
Comunicados de la prisión de Segovia y otros llamamientos a la guerra social,
junto a textos de grupos autónomos españoles, Bilbo, Muturreko Burutazioak/El Lokal, marzo de 2000.
pa leerlo entero:
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